El viento de la luna

Hace tres años, al cumplirse 40 de la llegada del hombre a la luna (20 de julio de 1969), leí el libro de Antonio Muñoz Molina El viento de la luna. Neil Armstrong era el comandante de aquella misión Apolo XI, junto con Buzz Aldrin y Michael Collins. Fue el primer hombre que puso su pie en el satélite terrestre. Tenía 38 años. El sábado 25 de agosto murió.

La novela de Muñoz Molina trata de un chiquillo (varios años mayor que yo en aquel entonces) que pasa el verano en un pueblo del sur de España, mirando al cielo y terminando la infancia. Frases como «el Mar de la Tranquilidad» (donde se posó el módulo lunar), «Saturno V» (cohete que impulsó a la nave hacia la luna) o el misterioso «lado oscuro» del satélite (que sobrevoló, en solitario, Collins), resurgieron del corazón del niño que era ese día, del cual tengo total memoria. Pocas veces uno puede ser testigo de tales hazañas, aunque sé que muchos niegan que haya sido verdad.

Con la muerte de uno de mis grandes personajes de la infancia se va una parte de ese que llaman los poetas «paraíso perdido». Neil Armstrong representaba el esfuerzo, el carisma, la oportunidad de una frase como la que pronunció al pisar la luna: «es un pequeño paso para el hombre, un gran salto para la humanidad»; en fin, la aventura y la ciencia. Para un lector de Julio Verne, como lo era yo, aquello rebasaba los límites de la realidad y de la emoción.

Ahora, comandante Armstrong, verá mejor la tierra y la luna. El espacio inmenso que tanto colaboró usted a dejarnos ver en su grandioso misterio; la grandeza y el misterio de Dios mismo.

Publicado en El Observador de la Actualidad