Un soneto de Lope de Vega me ha acompañado en varias navidades en El Observador. No sé en cuantas. Pero cada vez que llega el invierno, y revivo el milagro de la Encarnación, lo quiero repetir, compartir, hacerme a la idea de que si bien soy ése que se queda dentro, en esta ocasión le abriré al Maestro. Y el entrará en mi casa y cenará conmigo…
¿Qué tengo yo, que mi amistad procuras?
¿Qué interés se te sigue, Jesús mío,
que a mi puerta, cubierto de rocío,
pasas las noches del invierno oscuras? Continuar leyendo
Acelerados por la novedad digital hemos cambiado el modelo de vida que aún persistía en la generación de nuestros padres. Para ellos –quizá aún para alguno de nosotros—lo mejor era lo que permanecía. Ahora mismo, lo mejor es lo que cambia, lo que me permite estar, momentáneamente, en “la cresta de la ola”.
… estamos en el vértice de una de las encrucijadas más complejas de nuestra historia moderna. Por un lado, la amenaza del nuevo gobierno de Estados Unidos; por el otro, la incuestionable corrupción que carcome todos los espacios de la nación mexicana. Y, mirando las noticias, la crisis de valores fundamentales en que se suceden asesinatos, violaciones, robos, ultrajes (las mujeres son recipiente de una agresividad insospechada), desviaciones de fondos por los políticos, apología de la violencia, tráfico de armas y ausencia general de orden, de ley, de amor por el prójimo, de respeto y ayuda al más pobre…
Cada Navidad, el poeta tabasqueño Carlos Pellicer componía un nacimiento monumental en su casa de Las Lomas, en la Ciudad de México. Los que lo vivieron –invitados por Pellicer—cuentan que se trataba de un espectáculo digno de un ferviente católico, como lo fue don Carlos, el de las manos “llenas de luz”. También, con regularidad, escribía, el 24 de diciembre, unos versos que forman parte, bajo el nombre de “Cosillas para el Nacimiento” de sus Obras Completas. A continuación reproducimos el que Pellicer hizo la noche del 24 de diciembre de 1953: 
