La serie “Nuevos Cuadernos de Anagrama” de la editorial que lleva el mismo nombre, abre con un texto de mi admirado Claudio Magris (¿cuándo le van a dar el Nobel de literatura?) cuyo título, enigmático, he puesto a la cabeza de esta colaboración semanal: “El secreto y no”.
¿Cuál es la función del secreto y cómo éste se alía, directamente, al poder? La respuesta de Magris (Trieste, 1939) es este pequeño y penetrante análisis. Continuar leyendo
Es difícil saber cuál de las campañas políticas que nos asedian de una manera atroz es la más mala de todas: si la del abuelito que operan y la nietecita que va a verlo sin tener que dejar los estudios, o si la que dice lero, lero, por lo que le dolió a los del establo de enfrente el haberle dicho sus verdades.
Hay dos maneras de salir a la calle para protestar. Una, es hacer la fuerza presente: somos muchos y estamos indignados contra… La otra, es manifestar una convicción y tratar, con argumentos, de influir en la vida pública de una comunidad. La segunda forma es la que nos ha fallado en México, quizá porque nuestras convicciones no buscan influir en las políticas públicas; quizá por miedo (la burra no era arisca, la hicieron a palos).
Las elecciones se están convirtiendo en fuegos de artificio, en espectáculo de televisión, en plataforma del miedo. Mala señal. Los triunfadores llegan cercados por compromisos e intereses ajenos a la gente. Las campañas usan, perversamente, la miseria material de muchos. Y la convierten en miseria moral: comprar el voto por una cubeta, una lámina, una camiseta, una triste despensa (que pagamos los que pagamos impuestos), es una indignidad que tirios y troyanos explotan. A veces más los tirios. A veces más los troyanos…
A la mitad de las campañas políticas, la moneda está en el aire. Tras el post debate y los abucheos de Peña Nieto en la Ibero, las cosas parecen encontrarse en un punto muerto. Josefina no avanza, AMLO se queda donde está. Pero, ¿es esto realidad?
La amenaza se ha convertido en realidad: millones —literalmente— de spots publicitarios nos atacarán durante los tres meses que dure la campaña presidencial, así como la de diputados, senadores, presidentes municipales y gobernadores que se definen para mandar al país los próximos años. ¿Mandarlo a dónde?
Los virtuales precandidatos a la Presidencia de la República nos están haciendo muy ameno el tiempo de veda llamado, oscuramente, tiempo de intercampañas. Toca el turno al mexiquense Enrique Peña Nieto quien, según el periódico Reforma tiene planeado conquistar al electorado femenino con algo mucho más profundo que su porte y buen tipo: modificando el contenido de las telenovelas (producidas, supongo, por su casa de confianza, Televisa).
Un invento más del IFE, como tantos otros, son las intercampañas: ese trozo de tiempo entre el proceso interno y el banderazo de salida de los candidatos oficiales de los partidos políticos que pelean la Presidencia de la República. Podría decirse que es la cuaresma de los aspirantes, una especie de retiro en el desierto para que mediten sus intenciones y sufran la tentación del mal que es —para los “virtuales precandidatos”— estar alejados del micrófono y sobrevivir así en las preferencias de la gente. 
