Las palabras de Martin Luther King aquel 28 de agosto de 1963, en Washington, resuenan en todo el mundo, pero en muchos corazones ni prendieron ni parece posible que vayan a encender la pasión por la igualdad: «Yo tengo un sueño… que todos los hombres son creados iguales…».
El doctor King fue asesinado en 1968 porque creía en que todos los hombres somos hijos de Dios y, por lo tanto, personas con la misma dignidad y los mismos derechos. Continuar leyendo
Acelerados por la novedad digital hemos cambiado el modelo de vida que aún persistía en la generación de nuestros padres. Para ellos –quizá aún para alguno de nosotros—lo mejor era lo que permanecía. Ahora mismo, lo mejor es lo que cambia, lo que me permite estar, momentáneamente, en “la cresta de la ola”.
“A la tarde te examinarán en el amor; aprende a amar como Dios quiere ser amado y deja tu condición”. Es, quizá, la frase más famosa de san Juan de la Cruz. Una frase redonda. Incómoda. Nos deja sin pretexto (¡a nosotros, que somos artistas del pretexto, de la justificación, del chantaje…!).
Este fin de semana, con la presencia del Santo Padre Benedicto XVI, se lleva a cabo el Encuentro Mundial de las Familias en Milán. Un Encuentro con mucha miga: nunca como ahora la familia ha sido atacada como si se tratara de la peste. Y nunca como ahora tenemos que dar, los católicos, una respuesta contundente al mundo secularizado: si no hay familia no hay futuro.
En las redes sociales ponemos a circular nuestro mejor yo. Se trata de un yo sin rostro. De un yo cuyo rostro, en el mejor de los casos, ha sido pasado por el tamiz de la autocrítica. Es lógico. Como cuando nos invitan a participar en un programa de tv: nos ponemos lo mejor que tenemos porque queremos retratar bien. 