Este verano ha sido de reacomodo en buena parte de la industria turística debido, sobre todo, a la popularización de los teléfonos celulares inteligentes. Por lo menos uno de cada tres viajeros en Europa y uno de cada dos en Estados Unidos, han suplido los mapas, las guías de turistas, los informes detallados de las ruinas o de los restaurantes, las guías para ahorrar o los recorridos para conocer ruinas arqueológicas (y los guías) por sus smartphones.
La pequeña pantalla del celular y las miles de aplicaciones que se han desarrollado para ella, van cambiando, de forma vertiginosa, el método tradicional de viajar, conocer y divertirse de la gente. También van limitando el contacto con personas de las localidades visitadas. A los problemas de comunicación —antaño los que provocaban mayores enredos entre turistas y lugareños— han sobrevenido los problemas de inseguridad que no solamente golpean a México sino que son el pan nuestro de todo el mundo. De ahí que los teléfonos “inteligentes” se hayan convertido en una herramienta insuperable: hay en ellos la información necesaria para evitar ser pescados fuera de base por los “vivales”.
La mayor parte de las aplicaciones se hacen en casa; es decir, antes de salir de viaje se compran o se “bajan” gratuitamente desde guías personalizadas de viaje (itinerarios, hoteles, menús, precios, clasificaciones de restaurantes, sitios de interés, acceso a boletos, etcétera), hasta aplicaciones tan singulares como ésta: un repelente de moscos que funciona a base de ultrasonidos emitidos por el propio teléfono. Las visitas virtuales a los museos han transformado el modelo de visita normal y han dejado en la estacada a los audios guías. Languidece también el mercado de los parlanchines locales que, por un módico precio, le cuentan a uno gran cantidad de mentiras, mitos urbanos y alguna que otra curiosidad que ahora todo el mundo ya sabe.
Desde luego, tiene ventajas sobre la economía de las familias, pero, también, desventajas muy grandes. La primera de ellas viene en el aislamiento de la gente. Ya viajar no significa —o al menos no tanto— el “conocer otras personas”. Cada día el viajero es menos proclive a ello. En otras palabras, cada vez el viajero se comunica menos con el mundo y más con su teléfono celular. Los viajes, como la vida misma, se van haciendo superficiales. Lejos de la pantalla del celular el espíritu de aventura, aquél que hacia exclamar a Elías Canetti aquello de “no feliz viaje, sino adelante viajero”, que es la esencia del conocer. Y que los celulares “inteligentes” la han dejado instalada en la nostalgia.
Publicado en Revista Siempre!