Las autoridades de salud y educación del Distrito Federal se han puesto las pilas y están cocinando un “agresivo programa” para tomar medidas futuras en contra de lo que viene sucediendo desde hace décadas en las escuelas de todas las delegaciones políticas de ese enorme conglomerado humano, especialmente de delegaciones como Iztapalapa: contra el bullying.
Las autoridades capitalinas van a dar pláticas a los padres de familias, a los profesores y a los niños de las escuelas de educación básica, así como atención psicológica y hospitalaria a agresores y agredidos. Con ello, dicen, van a frenar la plaga del acoso al más débil que si bien no se ceba únicamente con los más indefensos de escuelas públicas, tiene su mayor problemática en esos planteles.
Como es costumbre, este tipo de programas llegan tarde y se dirigen hacia las consecuencias, no hacia las causas. En el caso del bullying, varios son los factores que se pueden detectar en la capital del país: hacinamiento urbano, violencia intrafamiliar, falta de áreas verdes y espacios al aire libre para el esparcimiento, encierro, televisión a todas horas, una cultura que privilegia la resolución no pacífica de los conflictos y la brutal invasión de los espacios vitales de los niños y las niñas, en transportes atestados, centros de diversión atestados, metro imposible, ventanas, rejas, un horizonte de tinacos, tendederos, azoteas, aire gris, humo, automóviles agrediéndose por un metro cuadrado de espacio…
Las medidas contra el acoso escolar que mandó ejecutar la Asamblea Legislativa del DF son buenas, pero no tocan, ni de lejos, el origen de la epidemia. Hay otros cotos intocados, como, por ejemplo, la tv. La población infantil de la capital es una de las más afectadas por la exposición a una programación cada día más violenta, cada vez menos interesada en la interacción pacífica entre los seres humanos. Con cuatro horas diarias en promedio de tv, ¿qué esperamos? Unos tiranos. Y es lo que estamos produciendo.
Que lleven a los hospitales a los niños y niñas que han padecido el acoso escolar, que pongan atención psicológica sobre los agresores, son cuestiones que valen la pena, pero que no van a resolver el bullying. A lo más, van a curar heridas físicas. Las que quedan son —si se me permite ponerme cursi— las heridas del alma. Y esas se restañan con una política, con una educación, con una televisión, con una ciudad que promuevan la paz como anhelo de todo ser humano y como realización plena de la propia sociedad.
Publicado en Revista Siempre!