Toda cárcel es una enorme tentación de olvido de los derechos humanos de los que violaron los derechos humanos de otros. A menudo no nos cabe en la cabeza cómo respetar a los que no respetaron; cómo amar a los que no amaron; como vigilar sin dañar a los que hicieron daño.
Una obra de misericordia es acompañar al que está preso. Jesús la incluye como un adelanto del Reino: «Porque estuve preso y me visitaste…». Más allá de los fallos de la justicia humana (¿cuántos inocentes a los que se les paga con un «usted disculpe»?), está la compasión. Cada vez que va a un penal (lo hizo en Ciudad Juárez, por ejemplo), el Papa Francisco pregunta «¿Por qué ellos están aquí, y no yo?» Una pregunta que desnuda la soberbia de creernos «buenos» y a ellos señalarlos como «malos».
Castigar al que ha violado la ley es un principio del Estado de Derecho. La doctrina de la Iglesia no lo pone en duda. Y por eso, como el padre «Trampitas» en las Islas Marías, se hace una con los reos; va a los penales, se mete en su vida y los nutre con la esperanza.
Las Islas Marías es una historia en la historia de México. Y como es constante de nuestra historia, la Iglesia ha estado ahí, callada, eficaz, entrañable.