En 2005, el entonces cardenal Jorge Mario Bergoglio dio una serie de conferencias sobre utopia, pensamiento y compromiso para reconstruir Argentina. Hoy, cuando México enfrenta una de las temporadas de incertidumbre más graves de su historia moderna, vale la pena volver al pensamiento de un hombre que decidió, siendo cardenal, “ponerse la patria al hombro”.
Guadalupe puede ser la clave. Porque Guadalupe nos enseña, que somos una comunidad de hermanos, independiente de nuestra raza, nuestro sexo, nuestro idioma, nuestra presencia física o nuestro estatus social. Bergoglio decía en 2005: “Somos parte de una nación fragmentada que ha cortado sus lazos comunitarios”. Es un excelente diagnóstico no solo de Argentina hace poco más de una década, sino del país nuestro, en diciembre de 2016.
Hay que recuperar –decía Bergoglio– “las certezas básicas”. Mi pregunta es simple: ¿cuáles son las “certezas básicas” que podrían volver a unir lo fragmentado de la nación mexicana? Por mucho que le busquemos, no hay más que Guadalupe. Ella tomó en sus manos una nación rota y la transfiguró en unidad diversa. Lo hizo desde el más débil. Desde el vencido. Su pedagogía es sublime. Y es la única pedagogía que une nuestras “dos mitades”, que decía Octavio Paz: la indígena y la española.
Hemos perdido el sentido de la trascendencia. Y nos ha alcanzado el desarraigo hasta en lo espiritual. María de Guadalupe es el camino de retorno para volver a construir una nación. Nuestra nación.
Publicado en El Observador de la actualidad No. 1118