Los paisajes son diferentes: el dolor es el mismo. Calcuta no es solamente una ciudad de la India: se ha metido en nuestro corazón, gracias a la Madre Teresa y sus Misioneras de la Caridad.
El domingo pasado, el Papa Francisco canonizó a la Madre Teresa. Una celebración extraordinaria para entender lo que el Papa quiere comunicar con el Jubileo de la Misericordia. Una “Iglesia en salida”; que se moje, se enferme, se tropiece con la necesidad humana.
En su reciente –y maravilloso—mensaje a la Iglesia latinoamericana reunida en Bogotá (para celebrar, justamente, el Jubileo en América), el Papa introdujo un tema que bien puede ser la bandera de su pontificado. Refiriéndose a la Carta de Pablo a Timoteo (donde el Apóstol de los Gentiles confiesa que a él “Dios lo trató con misericordia”) nos mostró una nueva perla de su diccionario: el verbo “misericordiar”. Traducción personal del Papa, eficaz y certera, de lo que los cristianos estamos llamados a ser, misericordiando a los otros.
La Madre Teresa fue –no obstante tan bajita de estatura—una inmensa torre del “misericordiar” Y hoy su legado crece como luz en el infinito. A ella dedicamos este número. Y su santidad nos interpela. Como la de Pablo.