El poder político, debe servir para perfeccionar al hombre: tanto al que lo ejerce como al que lo erige en su representante, es decir, el ciudadano. Perfeccionarlo en dos sentidos: material (proveyéndolo de los recursos necesarios para vivir dignamente) y espiritual (dándole acceso a los bienes superiores del espíritu, la creación, el arte, la cultura).
Este es el compromiso que hace falta entender en México por gobernantes y gobernados; por aspirantes y por la sociedad civil. Compromiso significa identificación: el gobierno no está por encima de los intereses del pueblo; es el pueblo mismo. Y que el pueblo no puede “jalar” solo.
¿Cómo guiar los pasos del gobierno para encontrar las verdaderas causas de la sociedad y sin perderse en exigencias de organizaciones gritonas? El político no dejándose llevar por los titulares de los periódicos ni creyendo que la historia la hacen los medios de comunicación, sino la esperanza y la acción de cada uno de los ciudadanos. Y para los ciudadanos, serlo, pero de tiempo completo.
Goethe decía que la mejor forma de gobierno era aquella que nos enseñara a gobernarnos solos; esto es, a saber conducirnos con valor en medio de las tentaciones y el mal. Si algo tenemos que restituirle a México en estas próximas elecciones del 5 de junio (y siempre), es la posibilidad de transformar la política sin valores en la política como el arte de la más perfecta caridad. ¿Cómo? Mirando al prójimo, antes que a mí mismo.
Publicado en la versión impresa de El Observador de la actualidad