Desde hace quince años se celebra, por disposición de la unesco, el Día Internacional de la Lengua Materna en el mes de febrero. La intención de esta jornada importantísima que, de ordinario, pasa desapercibida, promover “la preservación y protección de todos los idiomas que emplean los pueblos del mundo”.
El Día Internacional de la Lengua Materna fue fijado por la unesco en conmemoración de las personas que murieron en Dhaka, actual capital de Bangladesh, en distintas protestas ocurridas en 1952. Los manifestantes defendían el derecho a que la lengua bengalí fuera reconocida como uno de los dos idiomas oficiales de lo que entones comprendía Paquistán.
Cosa inusitada que merece recordatorio: gente que muere por defender su lengua aparece a los ojos de los modernos como una soberana insensatez. Se puede defender la autonomía de las focas, el cultivo de los geranios, la prohibición de los transgénicos o la legalización de la marihuana, pero el idioma que me heredaron mis padres, eso no. Al cabo que ya todos hablamos como la tele nos enseñó…
Un idioma es un universo, una relación con el otro, un hogar de refugio, una esencia. En las palabras que dan sentido a la vida, se esconde quizá lo más grandioso del género humano. Es poesía pura que nos fija en la existencia y da vida a los sueños.
Pero los seres humanos —más aún, los seres humanos mexicanos— no estamos dirigidos a preservar esos tesoros. Nos interesa mucho más el tesoro en metálico. Aunque para eso tengamos que prescindir del idioma, de las palabras, del amor a las bellas palabras, para instituir, como uso y costumbre, el lenguaje de la violencia.
En México existen once familias lingüísticas dispersas en lo que consta nuestro territorio. De ellas se desprenden 68 lenguas y 364 dialectos, de acuerdo con el Catálogo de las Lenguas Indígenas Nacionales hecho por el Instituto Nacional de Lenguas indígenas (inali). De las once familias lingüísticas, el Náhuatl, que proviene de la familia Yuto-nahua, es la lengua más hablada de todas las lenguas maternas de México. Se habla en el DF, Durango, Estado de México, Guerrero, Hidalgo, Jalisco, Michoacán, Morelos, Nayarit, Oaxaca, Puebla, San Luis Potosí, Tlaxcala y Veracruz, entre otros.
Le siguen el maya, el zapoteco, el totonaco, el mixteco, el tarahumara, el mazahua, el otomí… Lenguas, a menudo estudiadas solamente por extranjeros y habladas por las mujeres en los mercados, con sus hijos pequeños a la espalda, deambulando su antigua riqueza indumentaria e idiomática por los arrabales de las grandes ciudades, donde piden limosna, venden chicles y son molestadas por los inspectores de la policía.
Publicado en Revista Siempre!