Los amantes del danzón y las generaciones de la primera mitad del siglo pasado se acordarán, todavía, del grito que emitía, por ejemplo, Acerina al dedicar una pieza a los abogados, a la novia, a los periodistas… Danzón, mezcla de culturas: la mexicana y la cubana. Exclamación y llamada a una institución natural, querida por Dios, que ni la revolución ni el nacionalismo ni el neoliberalismo salvaje, ni siquiera el marxismo, han podido erradicar en ambas naciones, la de la Virgen de Guadalupe y la de la Virgen del Cobre.
Este año 2014 –año de Gracia que nos ha concedido el Señor—vamos a celebrar un Sínodo extraordinario sobre la familia convocado por el Papa Francisco. El Pontífice es consciente del problema estructural por el que atraviesa la familia. Y no nada más en Europa, sino aquí mismo, en el continente que lo vio nacer, donde la familia es– todavía— valor que da valor a los latinoamericanos para enfrentar las adversidades y tener esperanza de una vida buena.
La pregunta clave del cuestionario preparatorio del Sínodo es: ¿qué estamos haciendo con la familia? La respuesta, dolorosa y terrible es una y simple: banalizándola. El cine y la televisión nos machacan un modelo de familia con las cuatro “des”: disfuncional, desparpajada, dispersa y descafeinada. He visto capítulos de teleseries en que el papá está enamorado del novio de su hijastra que, a su vez, es transexual… Y se llevan de maravilla porque “ya salieron del clóset”.
Familia es lo que conocemos. No otra cosa. Los que la quieren con las cuatro ·des”, no saben lo que hacen, porque no saben lo que deshacen. Nadie calificará a Confucio de mocho. Y Confucio dijo: “La fuerza de una nación estriba en la integridad del hogar”.