Estimado “Abuelo”. Primero que nada, un abrazote. Seguro que la estás armando ya en el cielo. Tu “¡Viva la paz!”, santo y seña de homilías, encuentros y confesiones; juegos y bautizos, ha de empezar ya a convertirse en moneda de cambio lingüístico entre las huestes de San Pedro.
Estimado Padre Juan Marcos Granados: te nos fuiste sin podernos despedir. Apenas 45 años de edad, una edad muy joven para ser “Abuelo”. Pero es que ya lo eras desde el Seminario, cuando Gavidia te colocó una plancha caliente en el esternón, dibujándote una marca como la del Zorro, pero más picuda. Creo que así te decían, “Abuelo”, por tu don de consejo. A mí y a mi mujer nos lo prodigaste, como a los chavos del M, como a las señoras de Carretas, como a los peregrinos de Soriano o a los fieles de Doctor Mora, tu última morada.
Qué alegría era verte por los pasillos del Seminario –donde levantaste tantas obras que lo embellecieron—o de la Curia o del centro comercial y escuchar de ti el “¡Santo varón!” con el que me saludabas, enmascarando mis miserias en una conmiseración digna de otro tipo. ¿Santo yo? Ya quisiera. Santo tú, te respondía en medio de las risas y los palmetazos que dabas sin opción alguna a la tristeza.
Eso fuiste, Padre Juan Marcos,” Abuelo” recordado por miles que fueron a tu velorio en el Semi, a tu misa funeral ahí mismo, a tus exposiciones funerales en Doctor Mora y en tu casa en San José Iturbide, donde naciste a la vida y a la vida de la Iglesia. Miles que, como yo, tenemos una anécdota tuya. Eras, con Gavidia y Manuel Balderas, nuestro primer distribuidor, en aquél entonces del órgano oficial de la diócesis de Querétaro, “Presencia y voz”. Un día fue Manuelito sólo a la Sierra Gorda. Y se cayó en una barranca. Pero un árbol lo atrapó y lo dejó vivir. El jueves 28, por la noche, en los caminos de Guanajuato, otra barranca te atrapó a ti. Luego el frío. La hipotermia. El duro trance de la muerte. ¿Duro? No, para ti no. Eras un héroe de la simpatía. Habrás recibido a Cristo en la alegría de la esperanza. Y con un “¡Viva la paz!” que ahora gozas en Su compañía. Reza por nosotros, querido “Abuelo”. Adiós. Hasta siempre.