Las noticias televisadas, ¿son una parte cualquiera de la programación? En México, la televisión comercial, así lo ha querido dar a entender. Y así lo ha querido “vender”. Al igual que en los programas de entretenimiento, se escudan en el dicho de que “es lo que la gente pide”. Pero no es lo mismo un albur que la promoción de un candidato o la remoción de una iniciativa de ley. No, no es lo mismo; ni es igual.
En su ensayo Noticias y ciudadanía; el telespectador, el poder y el debate público, Hugh O’Donnell interpreta el hecho noticioso de la televisión, quitándole el velo de inocencia. Los noticiarios responden a una “lógica” diferente a la de la mera información. Quieren hacerse pasar por “testigos” de la realidad cuando, en muchas ocasiones, son ellos los que construyen una percepción de la realidad que la modifica en los términos en los que se la da al público.
Se trata de dos verdades paralelas. La una, la que vive la gente; la otra, la que ensambla el medio informativo. La estructura narrativa de las noticias está inexorablemente ligada a la suma de las fuerzas hegemónicas dentro de la sociedad. El medio no es el mensaje por sí mismo. El medio se ha convertido en el definidor de lo que debe ser correcto pensar y creer de algo o de alguien. Es, pues, el creador de una forma distinta de percibir que, a la larga —por ejemplo, en las urnas— se convierte en una forma diferente de actuar de la gente (con respecto a lo que “podría” hacer o decir si no fuera televidente continuo).
Generalmente no creemos a los noticiarios televisivos. El nivel de confianza en los conductores anda por los suelos. Pero eso no es “culpa” ni de los conductores ni del público. Es producto de la forma en la cual interactúan los diversos poderes que se dan cita en nuestra sociedad: el poder político, el económico, el propio poder mediático, el sindical, el patronal… Y que trabajan por encima de ellos —de los conductores— y de nosotros —los espectadores. Por eso, dice O’Donnell, “aquellos que desean un cambio deberán pensar en cómo alterar esa correlación de fuerzas más que en dónde situar la culpa”.
Dicho en términos más llanos: que la información televisada sea un manipuleo de la conciencia hacia determinados fines de consumo (de prospectos políticos, de inversiones bancarias, de objetos cotidianos, coches, casas, terrenos, jabones) o determinados caminos de acción (votos, confianza política, asistencia a estadios) poco tiene que ver con los emisores y los receptores, y mucho con aquellos a los que se suele uno referir como “los de arriba”. Son los que definen la agenda de lo significativo y lo intrascendente. Significativo es cómo quedó la bolsa hoy; intrascendente es una reforma constitucional sobre derechos humanos en México. Obvio.
Publicado en Revista Siempre!