Uso el diminutivo de hermano porque así suele saludarme el grande pensador y cuate de un servidor, Carlos Díaz. Una vez escribió el prólogo para un libro mío y dijo una frase maravillosa: yo quiero lo que Jaime quiere. ¿Hay mayor fortuna de una amistad que se expresa tan alto? ¿Hay mayor compromiso?
Cuando Carlos me anunció que podía venir a Querétaro, en medio del trajín interoceánico que se cargan él y Mary Juli, su esposa, acepté de inmediato. Los detalles, con Carlos, siempre son de última hora. Como inspirado filósofo incómodo que es, habrá imponderables. Eso lo hace más emocionante.
Me obligué a cumplirle una agenda para que nuestros lectores tengan un chapuzón con él. Tres días de conferencias magistrales que, sin duda, quedarán en la memoria de quienes ya lo conocen y de quienes quieren conocer el pensamiento y el testimonio del último de los demócratas radicales que nos quedan en el ámbito del cristianismo que le reza a Dios y que habla en español.
Hasta la semana pasada (nunca se sabe cuándo saldrá el siguiente, aunque ya sé que se trata de un estudio sobre el inmenso Erasmo de Rotterdam), Carlos Díaz había publicado 239 libros y realizado 29 traducciones, entre ellas, textos tan sencillitos como La fenomenología del espíritu, de Hegel.
Acudan a este ciclo todos los que están buscando “una Iglesia que piensa”. También, una Iglesia que ama a los pobres, abierta, sencilla, entrañable.
Publicado en El Observador de la Actualidad