Pasan los días y la organización crece. Aquí y allá, jóvenes universitarios, constituidos en red por la autopista digital, alcanzan sitio de privilegio en los titulares. Ya tienen estatutos. Y le han exigido a los partidos y a los candidatos, que no se cuelguen de ellos, que no le sigan haciendo al alambrista. ¿Será la primera ocasión en la vida política moderna de México que un movimiento juvenil evita a los infiltrados?
Muy a pesar de todo, se les ha tenido que dar publicidad en los medios tradicionales. La mayor parte de ellos no entienden de qué va la cosa. Asumen que se trata de una “primavera” mexicana, pero apenas si alcanzan a vislumbrar la panza del movimiento, sus rebotes, sus aristas. Sobre todo, porque si bien las mantas están en contra de la manipulación televisiva de la información, en general están en contra de la manipulación en los medios. Y eso destantea.
La formidable herramienta de las redes sociales ha llegado para cambiar la forma de hacer política en México. Tampoco estaba en la agenda de los partidos o de los candidatos. Se fueron dando cuenta del poderío del Twitter cuando la hija de Peña Nieto se burló de los “hijos de la plebe”; del de Facebook cuando su padre fue a la Ibero… Los jóvenes se movilizan. Es una buena noticia. Aunque de la movilización a la participación hay un grande trecho.
El ánimo es el que debe prevalecer en una primavera. Abierto al cielo. La prueba de fuego llegará el 1 de julio: ¿y si no queda el candidato de las izquierdas, a quien, naturalmente, se inclinan los jóvenes? ¿Seguirá el movimiento “Yo soy 132”? ¿Seguirá andando la maquinaria de las redes sociales? Me da la impresión que la estrategia todavía no se consolida bien. Porque una estrategia de participación exige y requiere metas y objetivos. Esta algarada juvenil es espontánea. Y lo espontáneo tiene su esencia en la frescura. Lo que hay que cambiar en México es mucho. Por ejemplo, no corporativizar a los movimientos, volviéndolos parte de una ideología de poder.
No hay duda de que el mecanismo ya ha sido probado por los jóvenes. Y funciona. Ha obligado a los candidatos y a los dirigentes de partidos políticos a hacerles caso (lo que poco sucedía, salvo para contratarlos como ejército promotor del voto azul, rojo o amarillo). En la marrullería política mexicana hacerles caso en periodo electoral no significa demasiado. Asomarse un rato al balcón. Será su tarea, la del “Yo soy 132”, avanzar en sentido contrario al del poder. En dirección a la gente.
Publicado en Revista Siempre!