Que otro me diga

Viendo la inminencia electoral, hombres y mujeres de buena voluntad (que los hay) se han dado a la tarea de pedirle a los votantes se informen sobre cualidades y defectos de los candidatos a la presidencia, a las gubernaturas, a las presidencias municipales, diputaciones, senadurías…

Esta petición a menudo cae en el vacío.  Lo que antes significaba esfuerzo, acopio de información, cotejo, discusión, enfrentamiento, puesta entre paréntesis de las fuentes, comparaciones, equivalencias, dudas y tiempo, hoy lo hace el motor de búsqueda de “mi” sistema operativo del celular, de la computadora…

Es la nueva forma de vida de la que hablan voces preocupadas por las “noticias falsas” y los engaños electorales.  La “nueva” juventud no necesita profundizar ni indagar: el buscador se ocupa de darle respuesta.

Por eso los candidatos le han apostado a las redes sociales y a los robots cibernéticos que, responden a un clic de búsqueda en acuerdo con sus controladores, sus amos que los mandaron como zombis digitales.

Y es que los nuevos votantes, que son muchos millones en México, se conforman con la apariencia, con la sensación, con el “me late”. Ya no tienen que chambear para saber, para entender, para discutir, para elegir el “bien posible”.  Ya no tienen que pedalearle para subir la cuesta de las preferencias electorales.  Alguien lo hace en mi lugar y yo, culpablemente, pienso que lo hace bien.  Entrego mi libertad a un conglomerado de intereses más turbios que el agua del drenaje.

¿Exceso de confianza?  Exceso de flojera.  Un país no existe cuando se deja en manos de los que lo han usado desde siempre para gobernarlo a su antojo (son los mismos, pero digitales).  Ni con ciudadanos que piensan estar informados cuando están amarrados a un “tendencia” fabricada con espejitos.

Publicado en El Observador de la actualidad