Sucedió un domingo, en la parroquia de San Pablo de la Cruz, en Corviale, una barriada del extra radio de Roma. El protagonista se llama Emanuele. Tiene diez años y tres hermanos. Los cuatro fueron bautizados. Su padre murió hace poco. Y temía que no estuviera en el cielo. Pero no podía expresarlo en público.
El Papa lo llamó, le pidió que le susurrara al oído su inquietud. Le dijo unas palabras a Emanuele y éste regresó, envuelto en lágrimas (de sinceridad extrema) a su lugar entre los otros niños del barrio.
Ya con Emanuele de vuelta a su silla, él mismo pregunto a los demás niños: “¿Dios abandona a sus hijos cuando son buenos?” La respuesta fue un sonoro “noooo”. , El Papa: “Bueno, Emanuele, esta es tu respuesta”.
En el diálogo secreto el pequeño dijo que su padre era “bueno”. Eso basta: “Qué bonito que un hijo diga que su papá era bueno. Un bonito testimonio de aquel hombre para que sus hijos puedan decir de él que era un hombre bueno. Si ese hombre ha sido capaz de tener hijos así, es verdad que era un gran hombre”. Aunque este hombre “no tenía el don de la fe, no era creyente, hizo bautizar a los hijos” y, ante la duda de Emanuele, contestó: “Quien dice quién va al cielo es Dios” (no nosotros).
Una lección de misericordia. Y de temor de Dios. El padre de Emanuele podría ser ateo. Pero bautizó a sus hijos, les dejó un legado de bondad. Una herencia. El temor de Dios no es el miedo al qué dirán o al qué vendrá. Es sabernos humildes. Y pensar que Él es el único que juzga y nos reconstruye amorosamente.
Publicado en El Observador de la actualidad