Las ciudades crecen mientras el campo se queda solo. Los suburbios se han convertido en verdaderas junglas. Sálvese quien pueda. Y los partidos políticos –hoy más partidos que nunca—a lucrar: “dame tu voto y vas a tener mejores promesas”.
De otro lado, el planeta se vuelve pequeño. Las redes sociales, el celular, la pantalla inteligente, Internet, nos lo ponen, figurativamente, “en la palma de la mano”. Ahí está todo lo que podemos saber, los que debemos querer, lo que nos hace “ciudadanos del mundo”. Solo basta una tecla y ¡zas!, encontramos cómo fabricar una bomba casera…
La verdad es que estamos más confundidos que nunca. En medio del vertiginoso pataleo de medios invasores y de políticos que no quieren al ser humano, sino su voto en la siguiente contienda, la pregunta que se hace el filósofo alemán Rüdiger Safranski es pertinente: “¿Cuánta globalización podemos soportar?” Y yo añado: ¿cuántas promesas vanas estamos dispuestos a tragar?
Safranski recuerda que “la modernidad exige instrucción, pero no favorece la formación”. Estamos bien instruidos en el manejo de las redes sociales, pero no estamos formados para usarlas a nuestro favor. Estamos absolutamente informados de la trapisondas de los partidos políticos, pero no queremos educarnos en ciudadanía para construir una nueva democracia.
La clave está en “hacernos un sitio”. Jesús, cuando terminaba su jornada, se iba fuera, a orar. Podemos hacer lo mismo. También podemos leer, para formarnos un criterio ordenado, católico, que implique separarnos de la corriente. El esfuerzo valdrá la pena. Hay que volver a lo local para enfrentar la globalización de la mentira, del desorden, de la idiotez política. Hay que volver al origen. Encontrar nuestro sitio bajo las estrellas y con la conciencia clara de que somos únicos a los ojos de Dios.
Publicado en El Observador de la actualidad