Los cristianos estamos divididos; los pueblos están divididos, los políticos están divididos; las familias se hacen la guerra… Ojo, ésa es la visión terrorista que quieren sembrar lo modernos zares de la intoxicación social; los “hackers” de hoy en día (muchos miran a Rusia), quienes tienen dos maravillosas herramientas para lograr el propósito del descrédito a todo lo que es bueno: las redes sociales e Internet, y la credulidad bobalicona de millones de usuarios que les dan la importancia que le daban los antiguos griegos al oráculo.
Hoy dedicamos El Observador a responder la pregunta (para muchos, fatigosa e inútil) sobre qué tan unidos estamos los cristianos. La respuesta principal, la que ocupa el tope de la mente de los propios cristianos (incluidos los católicos de aquí y del mundo) es de botepronto: “Ni estamos unidos, ni nos interesa estarlo”. Se olvida que, en la Oración Sacerdotal, Jesucristo legó un mandato: “Que todos sean uno”.
El Papa Francisco ha emprendido un activismo de encuentro con los luteranos que le ha ganado la antipatía de los trogloditas de siempre. (Lo bueno es que a él no le importa demasiado caerle bien a gente que tiene el alma encallecida por el recelo de abrir las puertas y considerar que el otro también existe).
Francisco nos ha regalado un par de propuestas que abonarían a la unidad sin romper la diversidad: orar y emprender, juntos, actos de caridad, de amor al prójimo. También, con la introducción del concepto “ecumenismo de sangre”, ha hecho reconocer que ni el martirio ni la santidad son “pertenencias” católicas. Mujeres y hombres de diferentes credos siguen gastando la vida por su fe en Dios. No verlo así es hacerle caso al príncipe de la división: aunque hable en ruso.
Publicado en El Observador de la actualidad