El arte y el mercado

El cada día más interesante filósofo coreano-alemán Byung-Chul Han comienza su libro La Salvación de lo Bello con esta frase: “Lo pulido, pulcro, liso e impecable es la seña de identidad de la época actual”. En el arte y en todas las manifestaciones del espíritu, lo que cuenta, lo bello, es lo que no tiene pliegues, rugosidades, lo que se puede comprar y vender.

Coincide mi lectura de este texto con la subasta de la empresa Christie’s en que se remató un Leonardo da Vinci (de dudosa factura y autenticidad) llamado “El Salvador del Mundo” en la astronómica suma de 450.3 millones de dólares. El cuadro puede ser de Leonardo o de su taller, han dicho los críticos, pero no es la Monalisa. Además, ¿qué fue lo que lo hizo pasar de 10,000 dólares en que fue comprado en una subasta de bienes raíces a la cantidad que pagó el coleccionista que se lo llevó a su casa?

La respuesta tiene que ver, justamente, con lo que Han subraya al principio de su libro. Se trata de la publicidad. Del mercado. De un cuadro restaurado, súper recomendado por los críticos (muchos de ellos a sueldo), paseado en los altos círculos financieros de Nueva York, San Francisco, Londres y Hong-Kong. Y autentificado por algunos gurús del arte. Nada importa la fealdad de algunos rasgos de Jesucristo, ni del orbe que sostiene en su mano izquierda. Lo traqueteado de su superficie o los vericuetos de su compra y su venta. La palabra publicitaria lisa, pulida e impecable le dio la patente que necesitaba para romper todos los récords históricos de costo de un cuadro.

“Este fue un triunfo épico, galopante, de una marca y del deseo por sobre el conocimiento y la realidad”, dijo Todd Levin, un asesor de arte de Nueva York. Christie’s llegó a contratar una agencia externa para publicitar el trabajo y lanzó un video que incluía a altos ejecutivos que presentaban la pintura a clientes de Hong Kong como “el Santo Grial de nuestro negocio” y lo comparaba con “el descubrimiento de un nuevo planeta”. Christie’s llamó la obra “The Last da Vinci” (“El último da Vinci”), la única pintura conocida por el maestro del Renacimiento todavía en una colección privada (unos 15 más están en museos).

Esta es la décimosegunda obra de arte que rompe la marca de 100 millones de dólares en una subasta, y un nuevo récord para cualquier maestro antiguo en subasta, superando la “Masacre de los Inocentes” de Rubens, que se vendió en 76.7 millones de dólares en 2002 (a precio actual poco más de 105 millones de dólares, ajustado por inflación). Sin embargo, persiste la pregunta en muchos conocedores de arte y de Leonardo: ¿vale lo que se pagó? Lo más curioso es que Christie’s colocó la obra de Leonardo en una subasta de arte contemporáneo: ¿para eludir el escrutinio de viejos expertos, muchos de los cuales han cuestionado la autenticidad y condición de la pintura?

Lo que cuenta, en el mundo de las imágenes, no es ni las disputas legales que se han cernido sobre esta obra, ni la oscilación de precio que ha tenido desde 2005. Lo que importa es “tenerlo en las manos” porque así lo demandaba el mercado. Y derrotar a los otros tres postores. ¿Quién fue el ganador? El tiempo lo podrá decir. Quizá. Porque no estuvo en la sala de subastas. Lo compró, limpiamente, sin ensuciarse las manos, por teléfono.

Publicado en la revista Siempre!