Acelerados por la novedad digital hemos cambiado el modelo de vida que aún persistía en la generación de nuestros padres. Para ellos –quizá aún para alguno de nosotros—lo mejor era lo que permanecía. Ahora mismo, lo mejor es lo que cambia, lo que me permite estar, momentáneamente, en “la cresta de la ola”.
La Navidad en México está volviéndose una “fiesta”. Y la “fiesta” trae consigo no solo la alegría de salir de lo cotidiano, sino el consumo, el alcohol, la parranda, la irresponsabilidad “legítima”, el echar a andar el mecanismo del “ahí se va, al cabo a ver cómo lo arreglamos mañana”. Ya hay letreros, muy cercanos a los estadounidenses, que nos desean “Felices Fiestas” (“Happy Hollydays”) en lugar del “Feliz Navidad” de siempre.
No soy –seguramente usted tampoco—de los que piensan, como Jorge Manrique en las Coplas a la Muerte de su Padre, que “todo tiempo pasado fue mejor”. Pero sí creo que lo que ha durado y llena el corazón de amor y perdón, de alegría y buenos deseos para con el prójimo, debe permanecer. El nacimiento de Cristo es lo que se celebra. No otra cosa que el nacimiento del Amor infinito de Dios para con sus criaturas. Es la nueva ley, la nueva alianza, la novedad que cada año se descubre y que cada año toca nuestra puerta. ¡Ésa sí es novedad y no la última versión del teléfono inteligente o de la pantalla de plasma con que quiere atiborrarnos el mercado!
Wilde dijo que la necedad consiste en “conocer el precio de todo y el valor de nada”. Nunca un dicho más certero. Hoy, muchos conocen a fondo la fecha de lanzamiento del IPhone-9 y no tienen idea a quién celebramos en éstas “fiestas”.
Publicado en El Observador de la actualidad