Un soneto de Lope de Vega me ha acompañado en varias navidades en El Observador. No sé en cuantas. Pero cada vez que llega el invierno, y revivo el milagro de la Encarnación, lo quiero repetir, compartir, hacerme a la idea de que si bien soy ése que se queda dentro, en esta ocasión le abriré al Maestro. Y el entrará en mi casa y cenará conmigo…
¿Qué tengo yo, que mi amistad procuras?
¿Qué interés se te sigue, Jesús mío,
que a mi puerta, cubierto de rocío,
pasas las noches del invierno oscuras?
¡Oh, cuánto fueron mis entrañas duras,
pues no te abrí! ¡Qué extraño desvarío,
si de mi ingratitud el hielo frío
secó las llagas de tus plantas puras!
¡Cuántas veces el ángel me decía:
«Alma, asómate ahora a la ventana,
verás con cuánto amor llamar porfía»!
¡Y cuántas, hermosura soberana,
«Mañana le abriremos», respondía,
para lo mismo responder mañana!
Quiero decirte, lector, lectora, que esta Navidad es tu-mi-nuestra oportunidad de convertir el corazón a ese que nos toca a la puerta. A ese humilde carpintero de Nazaret en el que está puesta la esperanza del hombre. Y, también, decirte-decirme que no hay “mañana” para abrirle a Jesús.
Publicado en El Observador de la actualidad