Últimos y primeros

Cuando Jesús dijo que los últimos serán los primeros y los primeros serán los últimos nos estaba previniendo contra todo acto discriminatorio; contra toda violación a la dignidad de cada hombre como hijo de Dios.

Desde luego, como sucede incluso entre hombres y mujeres de “buen corazón”, no lo seguimos.  Ni en esto ni en la mayor parte de su doctrina.  Pensamos, como Orwell en La rebelión en la granja, que todos somos iguales, pero que hay unos “más iguales que otros…”.

Discriminar por el color de piel es rebajar al otro a condición de inferior, descartable.  A los ojos de Dios es un pecado. Socialmente es un disparate.  Una ofensa al corazón del hombre: es juzgar un libro por su portada (dicho anónimo).  El libro puede contener maravillas.

La pregunta que debemos hacernos en la sociedad líquida es ¿de dónde viene tanto desfiguro?  Lo voy a decir sin anestesia: de la tele y la publicidad.  Ahí –luego el cine las refuerza—“aprendemos” que “el malo” siempre es más moreno y que la mujer es siempre la más débil.  Que los “buenos” son capaces, blancos y jóvenes, etcétera.

Al fin de su vida el filósofo Karl Popper escribió: “Creo que un nuevo Hitler, con la televisión, adquiriría un poder infinito”.  Hay demasiadas evidencias de que su profecía se está volviendo realidad.  No solamente en la práctica política, sino en el comportamiento social, por ejemplo, de los mexicanos: 55 de cada 100 discriminamos por color de piel.  Y las mujeres por el mismo trabajo reciben la mitad de salario que los varones.

Dividir entre últimos y primeros; entre blancos y morenos… es hacerle el juego al príncipe de la división.  Al diablo.  Cuando discriminamos, negamos a Jesús, por más “buen corazón” que presumamos tener.

Publicado en El Observador de la actualidad