El terrorismo ha desatado una fiebre mundial de horror al extraño, al diferente, lleve o no lleve burka, traiga o no traiga túnica. Es el extraño por sí mismo. Lejos de la esfera política —que es la verdadera llama del terrorismo, no la religiosa, como muchos quieren hacernos pensar— los terroristas de todo tipo lo que en verdad derrumban (aunque no sea directamente su objetivo) es la convivencia humana.
Y cuando hablo de convivencia me refiero no solamente a la que se da en lo social, sino también en lo individual. En la familia. Poco a poco van convirtiendo a la soledad en el único y último recurso de los hombres y las mujeres que acceden a la vida adulta en estos tiempos de atentados en puentes, restaurantes, supermercados y cruceros.
Quiero recuperar un párrafo escrito en la revista Ara por el periodista catalán Carles Capdevilla, recientemente fallecido, que tuvo que lidiar con esa mínima diferencia de quedarse sin pelo por las quimioterapias. Para luego dejar en claro algo que pocas veces nos recuerdan los medios (menos aún los que están en contra de la “vejez” del amor familiar, el único amor incondicional que tenemos a la mano): que sólo el amor, es decir la relación con la diferencia, salva.
“Tras meses de tratamiento mi pelo se ha rendido. Me lo he tenido que cortar. Es un problema pequeño, el drama auténtico es que hace tiempo que tengo que mirar la muerte de cara, y no con qué cara lo hago, pero este cambio de imagen forzado, a pesar de ser banal, superficial, anecdótico, lo he vivido como un pequeño luto. Una derrota triste. Porque no era ninguna decisión, era una nueva renuncia, una prueba más de que no tienes la vida bajo control (…) El primero en recibirme en casa fue mi hijo pequeño, de 8 años. ‘¡Pero qué guapo que quedas con la gorra, papá, qué envidia!’, exclamó con unos ojos brillantes y una sinceridad entrañable. Me cayó la lagrimita, y era de alegría. (…) La belleza está en la mirada, y no hay privilegio más hermoso que ser observado desde el amor incondicional y la alegría de vivir, como hace esta criatura dulcísima. (…) No hay ninguna inversión más segura y rentable que rodearnos de personas que nos quieren tal como somos, que nos encuentran guapísimos al margen de lo que dicte el espejo. Porque nos miran siempre con buenos ojos”.
Desde luego: no hay una inversión más segura que aquella que mira la diferencia con buenos ojos. Aunque los banqueros del pensamiento, los terroristas y cuanta gente hay desencantada de la vida, digan lo contrario. Es la inversión para poder vivir juntos.
Publicado en Siempre!