Qué bien que el Papa Francisco nos regaló, al iniciar un mes de noviembre tan angustioso (sobre todo por las elecciones en el vecino), seis “nuevas bienaventuranzas” con que guiar nuestra vida de fe.
“Cristiano es el que da la mano. El que no da la mano no es cristiano, No importa qué haga con esa mano”, escribió Charles Pèguy. Nuestro Papa lo repite a su manera, empujándonos con fuerza a vivir como cristianos:
Bienaventurados los que soportan con fe los males que otros les infligen y perdonan de corazón; los que miran a los ojos a los descartados y marginados mostrándoles cercanía; los que reconocen a Dios en cada persona y luchan para que otros también lo descubran; los que protegen y cuidan la casa común; los que renuncian al propio bienestar por el bien de otros; los que rezan y trabajan por la plena comunión de los cristianos.
Habrá quien quiera restarle importancia a este camino estrecho que va al encuentro con el mundo real. Estamos en salida, somos Iglesia en salida. Adiós a los viejos moralismos inútiles. Un cristianismo de formas es un cristianismo deforme. Sin misericordia hundimos a la Iglesia. La Edad Dorada, decía el Quijote en su famoso discurso a los cabreros, era aquella donde nadie decía tuyo y mío. Así es lo que pide, poderosamente, el Papa. De cada uno depende si la Iglesia avanza o le juega al “Tío Lolo”, que se hace tonto solo.
Publicado en El Observador de la actualidad No. 1114