“Para resucitar con Cristo, es necesario morir con Cristo”… Así comienza la Instrucción Acerca de la Sepultura de los Difuntos y la Conservación de las Cenizas en Caso de Cremación difundida esta semana por la Congregación para la Doctrina de la Fe, aprobada por el mismísimo Papa Francisco.
Importante e impostergable Instrucción, pues el último pronunciamiento al respecto –de parte de Roma—había sido en 1963. En este tiempo (por las razones que se quiera) la cremación se ha extendido en el mundo, pero también se han propagado nuevas ideas sobre las cenizas –tirarlas al mar, esparcirlas en tierra, guardarlas en casa, engastarlas en joyas—que están en “desacuerdo con la fe la Iglesia”.
La resurrección de Jesús es la verdad culminante de la fe cristiana. Por su muerte y resurrección, Cristo nos libera del pecado y nos da acceso a una nueva vida. Si es verdad que Cristo nos resucitará el último día, también lo es, en cierto modo, que nosotros ya hemos resucitado con Cristo y gracias a Cristo la muerte cristiana tiene un sentido positivo.
Desde siempre la Iglesia ha pedido “que los cuerpos de los difuntos sean sepultados en los cementerios u otros lugares sagrados”, como memoria de la muerte, sepultura y resurrección del Señor. Es señal de acompañamiento y de compasión; favorece la oración, el recuerdo y el respeto al cuerpo de los fieles difuntos.
Es por eso preferible el entierro. Pero si se opta por la cremación, que las cenizas se mantengan en un lugar sagrado. No en cualquier lugar. Porque el fiel que ha pasado a la otra vida no era un ser “cualquiera”. Era un hijo de Dios. Y nuestro ser querido. Por el cual vamos a pedir nosotros y la comunidad cristiana.
Publicado en El Observador de la actualidad No. 1112