Con san Juan Pablo II, la canonización de Madre Teresa de Calcuta representa uno de los acontecimientos mayores en la vida de la Iglesia católica. Y del siglo.
¿Cuál es el milagro que llevó a la Madre Teresa a los altares? El amor al hombre. Al ser humano concreto. Al más necesitado de un gesto de ternura. Al niño abandonado en un cubo de basura, al apestado, al leproso de Calcuta, lo mismo que al drogadicto de Nueva York
Presionada por los que siempre encuentran –o creen encontrar—la fractura en el práctica de la caridad cristiana (“¿No es lo que hacen las Misioneras de la Caridad meramente una gota en el océano de inconmensurable miseria?”), Teresa de Calcuta no se dejaba impresionar. Antes bien respondía que sí, que en efecto, era como una gota en el océano del sufrimiento, “pero si no dejamos que caiga esta gota, le faltaría al océano justamente esta gota”. Acto seguido, se arrodillaba, se arremangaba el sari y se ponía a lavar las llagas de un moribundo: “Si ha vivido como animal, al menos que muera como un ser humano”.
A cualquiera que se haya sentido “apabullado” por los grandes problemas de injusticia, abandono, pobreza y violencia que enfrenta en su contexto, el pensamiento y la acción de Teresa de Calcuta (santa para la Iglesia y ejemplo de solidaridad para el mundo) resultará un bálsamo. La caridad es el bálsamo de Dios.