Todos tenemos la respuesta de San Pablo: vana sería nuestra fe. Sabemos que el sepulcro vacío es la evidencia del cristiano. Una paradoja para el mundo no creyente, para los escépticos. Sin embargo, “paradoja es el nombre que dan los tontos a la verdad”, escribió José Bergamín a Miguel de Unamuno en una carta.
Los negacionista tienen sus ideas. Y creen que sus ideas –para ser verdaderas– deben coincidir con lo que ellos alcanzan a ver. A su juicio, “alguien” removió la piedra y se robó el cuerpo; “alguien” inventó la historia. “Alguien” está mintiendo.
Son demasiados “alguien”. Pero los no creyentes –más aún los que creen que no creen– no reparan en su propia paradoja. La transfieren. Dicen que somos crédulos porque a Dios nadie lo ha visto. Que damos por fidedigno el relato de unos pescadores. Y de unas mujeres. Ya se ve que también discriminan…
A mi mujer y a mí este domingo de Resurrección nos llena de alegría. Será porque vivimos los tres días pascuales con la mayor seriedad posible. Con la profundidad de un drama en el que, como bien dice el obispo emérito de Querétaro, don Mario de Gasperín, a cada uno toca un papel: el de traidor, el de cobarde, el de negador, el del que se regocija con el mal del otro…, pero, también, el de estar con Jesús, en el Calvario, o ayudándolo, como el Cireneo, a cargar la cruz.
Esta parte es la que “ganamos” por el ayuno, la misericordia, la limosna. Porque Jesús resucita cada vez que yo hago algo en su nombre. Y deja el sepulcro vacío, para que los algunos se sientan muy listos llamando paradoja a la suprema Verdad.
Publicado en la versión impresa de El Observador.