Un importante principio teológico de San Ireneo de Lyon explica que “lo que no se asume no se redime.” La prueba de la validez de este principio es el propio Jesús. Asumió la muerte en la cruz para redimir al hombre. Él nos enseñó que el vino nuevo no entra en odres viejos y que para vivir la vida de salvación hay que matar al yo (si el grano de trigo no muere…) para encontrarlo en el nosotros: el yo-tú de la vida verdadera.
En la vida práctica tiene multitud de aplicaciones. Por ejemplo, si no asumo los defectos del otro, la redención de la pareja humana es imposible. Habrá un yo que se imponga. Es el egoísmo puro y maduro. El que da al traste con todas las relaciones, tanto las interprersonales como la sociales.
Hoy está el Papa Francisco en México. Hay muchísima alegría en las calles. En los hogares de los mexicanos, la tele está prendida 24 horas. Pero, ¿asumiremos su mensaje duro, sin concesiones, que taladra la corrupción, la impunidad y la suma de pecados sociales en que está metido México?
Ésa es la clave de esta visita histórica del gran Francisco. Hacerle caso. Cambiar de modo de ser. Asumir la Iglesia de los pobres en toda su dimensión misionera. Dar dándonos. Olvidar olvidándonos. Perdonar perdonando. ¿Es tan difícil? Nada de eso. La fe alegre del Papa mueve montañas. Quiera Dios que también mueva tu corazón y el mío.