En Estados Unidos hay esperanza de un nuevo catolicismo. La unión entre el orden sajón y la devoción latina puede moldear la Iglesia del futuro. En los templos, la precisión administrativa y la organización pastoral se ve animada con una presencia —cada vez más notoria— de hispanos que están cambiando el panorama religioso.
Los sacerdotes y los seminaristas adquieren el español como segunda lengua y en la mayor parte del territorio, hay misas en el idioma de Cervantes. Esto ayuda, en mucho, a integrar a las comunidades. Cierto, el catolicismo no es dominante en EE UU, pero se ha convertido en un factor decisivo de cohesión.
La pasada visita de Francisco inundó de apologías suyas las librerías. Literalmente, cientos de textos, folletos, revistas especiales y ensayos, atrajeron la atención de los no católicos y de los agnósticos. ¿Qué hay ahí que es diferente a todo lo demás, conocido o desconocido? Lo mismo que cuando las reliquias de santa Teresita de Lisieux vistaron el país del norte: una Presencia. La Presencia de la Verdad.
Nuestros paisanos que emigran a Estados Unidos tienen esa semilla. Quizá sea la siembra más abundante de Guadalupe entre su gente, sus macehuales, sus nuevos juandieguitos. Hay como una luz tenue que se aproxima. La Iglesia que nace al otro lado de la frontera, ¿podría compararse –saltando las barreras de la distancia— con la que surgió de la Roma imperial: es decir, la luz de una pobreza que fecundó al poder?