“A la tarde te examinarán en el amor; aprende a amar como Dios quiere ser amado y deja tu condición”. Es, quizá, la frase más famosa de san Juan de la Cruz. Una frase redonda. Incómoda. Nos deja sin pretexto (¡a nosotros, que somos artistas del pretexto, de la justificación, del chantaje…!).
Te dice: pudiste haber sido buenísimo, un ángel bajado del cielo; pudiste hacer mil obras de caridad, dirigir cien empresas (o ninguna, da lo mismo), elaborar reportes, meter goles, persignarte cada vez que pasabas frente a un templo, hacer “mandas” de rodillas, pagar impuestos a tiempo, dar trabajo o trabajar sin descanso, no robar, no matar, no meterte con la mujer (o con el marido) de tu prójimo… nada de eso te hará pasar el examen (ni de panzaso) al final de tu vida.
De 6 para arriba no reprobarás en el juicio final si supiste amar a los otros como Dios te ama a ti. Gratuitamente. Desinteresadamente. Perdonando. Sanando heridas. Viendo por su bien, por su felicidad. Absteniéndote de decir estas cinco frases (olorosas a egoismo): “yo merezco ser feliz”; “prefiero pedir perdón que pedir permiso”; “solo se vive una vez”; “solo estoy siendo sincero” y la corona de todas: “no me importa lo que piensen los demás”.
De nuevo san Juan de la Cruz: “El que anda en amor ni cansa ni se cansa”. ¿Andar en amor? Sí: enamorado de Jesús, de la vida gratuita que nos ha sido regalada; del inmenso tesoro que es el otro. Tesoro de salvación. Sartre escribió: “el infierno son los otros”. El santo carmelita al revés: el camino del cielo son los otros. Y que ellos se hayan impuesto a nuestro “yo”, es de lo que nos escrutarán cuando el crepúsculo.