Espera y esperanza

Llega la época más bella del año. Y no justamente por las luces, los regalos, las fiestas, sino porque el Hijo de Dios se nos hace presente de una manera dulcísima: en la figura de un niño recién nacido. De forma misteriosa, el Adviento nos muestra que «Dios no se ha retirado del mundo», como decía en un famoso ensayo el cardenal Joseph Ratzinger. Él está aquí, un niño pequeño, adorable, humilde. Él es la espera y la esperanza.

En el mismo ensayo («Al comienzo del Adviento. Una conversación de Adviento con enfermos»), el cardenal Ratzinger señala algo esencial: que la llegada de Jesús es lo que le da sentido al tiempo, al tiempo humano y a la historia. «Cuando el tiempo no está lleno por sí mismo de una presencia con sentido, la espera se vuelve insoportable».  Muchos dicen que sin Navidad el año sería tedioso. Lo dicen, quizá, por el movimiento comercial, de luces, de regocijo que provocan las fiestas. Pero, en el fondo, aunque no lo sepan con claridad, lo dicen porque intuyen que esa alegría es «la alegría anticipada de algo aún mayor que está por venir», la alegría anticipada de la Salvación por el gran regalo que Dios nos hizo de su Hijo y que —para los cristianos— constituye el fundamento del Adviento, «la forma propiamente cristiana de esperar y tener esperanza».

Adviento no es solamente tiempo de presencia y de espera del Eterno. «Justamente porque es ambas cosas a la vez, es también y de manera especial un tiempo de alegría, y de una alegría interiorizada que el sufrimiento no puede erradicar». He aquí el gran suceso que invade el corazón de la humanidad al saberse regalada con el mayor de todos los presentes del tiempo que es el Niño que nació de la Virgen, en un establo, en los actuales territorios torturados de Belén, donde la paz del mundo pende de un hilo, y donde el odio de los seres humanos se afila como un poderoso puñal que el Niño Jesús derribó para siempre. Es la alegría de la fiesta que se prepara con cuatro domingos, con la flama de las velas y con el calor del abrazo de Dios que, al regalarse al hombre, «nos ha dado nuevamente la vida».