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Jacobo Zabludowsky (1928-2015)

JacoboZabludoswkyLa muerte de Jacobo removió recuerdos de infancia de muchos de nosotros, que iniciamos nuestra vida informativa de la mano de “24 Horas”. En las brumas recuerdo el “Noticiario Nescafé”. Sus gustos se convirtieron en los gustos de buena parte de los que lo veíamos noche a noche, antes de ir a la cama.

Era una profesión y un estilo del cual —todavía no llegábamos ni a la adolescencia— no teníamos otro referente, menos aún si vivíamos en la provincia. El “lo dijo Jacobo” era la última palabra. No había más. Estoy seguro que nunca habrá un sujeto tan imperante en la televisión mexicana que “el Güero” Zabludowsky.

Ya en la carrera y más adelante, llegué, tangencialmente, a toparme con él. Alguna vez llamó a mi casa por alguna crítica que hice de Televisa, su casa y, la que había descubierto ya como casa del PRI. La universidad fue demoledora con Jacobo. Nos enseñó, críticamente, cómo se puede inventar la noticia; cómo se puede pautar la agenda; cómo se puede darle todo a un partido político sin dejar de parecer “informativo”.

Luego vino esa renuncia a Televisa tan comentada. Los dos, el periodista y la televisora, sobrevivieron a la ruptura de 55 años. Un matrimonio que parecía perfecto de pronto tronó por el eslabón más débil de toda empresa monopólica: la sangre y la familia. Dicen los que saben que fue por Abraham, su hijo. Y luego, vinieron al rescate los Aguirre, de Radio Centro. Y “De una a tres”, su noticiario radiofónico, se convirtió en un referente de la nueva comunicación; del país novedoso que accedía a la democracia.

La miríada de detractores de Jacobo, se quedaron (me incluyo) con la boca abierta. ¿Cómo este soldado del régimen brincaba de ser adulado por los presidentes a entrevistar taxistas? Y a hacerlo con un tino y una cercanía admirables. ¿Cómo un icono de la pantalla se refugiaba en la radio y en el periódico impreso cuando tenía todo para aceptar propuestas más jugosas?

Sin olvidar lo mucho que contribuyó a la consolidación de eso que ha sido dado en llamar la dictadura con ropajes de República, tuvo las agallas de pedir disculpas; de retractarse; de cambiar de caballo. Lo hizo muy bien. Había acumulado suficiente cultura como para saber cambiar. No era el típico necio que se aferra —por su incultura— a las mieles de la fama y el poder. Lo siguió ejerciendo de una a tres. Pero con los taxistas de la Ciudad de México. Descanse en paz.

Un comentario

  1. Querido Jaime:

    Sí, Jacobo, fue un genio de la noticia. Un profesional, ni duda cabe.

    Inolvidable su servicio y servilismo al sistema político mexicano. Inolvidable también su trabajo vil y ruin en la campaña a la presidencia de Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano.

    Su papel periodístico en la matanza de 1968 a manos de Gustavo Díaz Ordaz y su secretario de gobernación, Luis Echeverría Álvarez, eclipsa su “gran profesionalismo”.

    A Jacobo siempre le faltó lo que unos 4 meses antes de morir le había sugerido un gran periodista católico mexicano, Vicente Leñero: pedir perdón.

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