Qué duro que el Papa Francisco –en un correo electrónico privado, a su amigo Gustavo Vera, activista contra la trata de personas en Buenos Aires—nos haya puesto en el centro de la atención mundial a los mexicanos. Qué duro, pero qué cierto.
El correo del Papa le advertía a Vera que esperaba que en Argentina no se produjera la “mexicanización” por el aumento del narcotráfico. Le cuenta a su amigo que ha platicado con obispos mexicanos y que le han dicho (la pura verdad) que en nuestro país la cosa está “de terror”.
El cardenal Suárez Inda, quien seguramente ha trasmitido al Papa cómo se encuentra Michoacán, lugar en el que le ha tocado lidiar con lo más duro del crimen organizado y la disolución del orden, en la misa-homenaje que le acaban de hacer en Celaya (donde nació), dijo a la prensa algo muy certero: que es una desgracia que podemos revertir. ¿Cómo? Con humildad, con orden, con creatividad y con fe.
Volver a nuestras raíces, arrancadas de cuajo por el imperialismo liberal, por el positivismo ramplón, por el costumbrismo –dicen—de la corrupción. No, nunca debimos ser un país “de terror”. Lo hemos construido a fuerza de imponer la indiferencia y la competencia con el de al lado. “Yo no quiero el éxito para mí, lo que deseo es el fracaso de mi compatriota”, podría resumir lo que hemos andado haciendo, y que hoy nos tiene en boca de medio mundo, incluido al Papa Francisco.
Relaciones Exteriores está en su papel enviando una nota diplomática al Vaticano. Pero el dolor no se nos quita con notas diplomáticas. Hay que hacerle caso al Papa, comenzando por reconstruir el tejido social de nuestra nación. Tenemos una guía extraordinaria, única en el mundo: Guadalupe.
Publicado en El Observador de la Actualidad