Los Legionarios de Cristo están en Capítulo. Se entiende esto como un proceso de reflexión profunda para discernir qué sigue en la Congregación fundada en México por un artista de la traición llamado Marcial Maciel.
Dios lo ha juzgado ya. Dedicamos este número a desmenuzar su “método” de acción tanto como la catástrofe de todo sistema autorreferencial. El Papa Francisco ha sido claro: el mayor daño que se le puede hacer al Señor proviene de una Iglesia autorreferencial, una Iglesia que se basta a sí misma, que no se agarra de Jesús.
Podría parecer un tema demasiado alejado de la realidad, interesante para unos cuantos. No es así. El aprieto en que puso a los Legionarios la perversa conducta de Maciel y de otros ocho ya comprobados (hay 26 en investigación) es el aprieto en que cualquier grupo u organización, eclesiástica o ciudadana puede enfrentar cuando –como lo demuestra en su artículo Francisco Septién Urquiza—el líder impone reglas, actúa en el secreto y la oscuridad, se hace como dios y no hay nada que trascienda al sistema creado por él.
El periodista español Jesús Colina Díez narra desde dentro cómo se fraguó la estrategia del engaño en el libro-entrevista Mi vida es Cristo (Planeta, 2003). Y monseñor Mario De Gasperín Gasperín recupera una metáfora del Papa Francisco para hablar de la posibilidad de cualquier reforma (en este caso, la reforma de la Legión): o parte de la periferia (y no del centro) o no es reforma. Es “gatopardismo”. Es decir, cambiar para seguir iguales.
En El Observador vemos con esperanza el futuro de los Legionarios. Si son capaces de la humildad y de la entrega y de acogerse a la infinita misericordia de Dios, van a salir adelante. Si no, no.