En la obra de teatro de Edmundo Rostand, Cyrano de Bergerac, hay un pasaje precioso en donde Cyrano, a instancias de su compañero de armas Lebret, realiza una defensa apasionada sobre la libertad que existe en aquel que evita entregarse al poder o al dinero para fingir lo que no es.
Lebret le dice que si su espíritu mosquetero se reprimiera un poco, tendría gloria y dinero. Cyrano contesta con el célebre monólogo del “No gracias”. Si para eso ha de corromper su conciencia, arrastrarse como la hiedra, aparentar y escribir versos a un banquero, pues mejor no, muchas gracias. Es más hombre estar solo que encumbrado: En resumen: desdeñar / a la parásita hiedra, / ser fuerte como la piedra / no pretender igualar / al roble por arte o dolo, / y, amante de tu trabajo / quedarte un poco más bajo / pero solo, siempre solo…
En el sitio web “Religión en Libertad”, han puesto el fragmento de la película de Cyrano, protagonizada por Gerard Depardieu y este monólogo. Dicen, con justa razón, que se trata de una lección para los católicos; una lección de honra por encima del llamado del mundo; una visión de lealtad al Evangelio y al testimonio de Jesús. Los “no, gracias” que hoy podemos pronunciar no se refieren a hacerle versos al banquero u odas de papel al poder. Son más sencillos: no, gracias a la tentación de tomar al otro como objeto, de hacer lo que fuere para ganar prestigio, de andar del brazo con el insomne poderío de la mentira… No, gracias: no es lo mío, habría que decirle al ruido de la gente que nos invita a “liberarnos” de la Iglesia, de la obediencia, de la fidelidad a un ideal, a una persona, a un estado de vida.
No, gracias a la lujuria, la envidia, la gula, la avaricia, la soberbia, la pereza y a la ira. No, gracias, al desdén del trabajo de los demás; al fingimiento, al desorden. No, gracias a la cultura de la muerte, al lisonjero canto de las sirenas que piden que disfrutemos lo que podamos, cuando podamos y contra los que podamos… Es sencillo, no cuesta y eleva. Nos deja un poco más solos, pero libres para amar a Dios en el amor al prójimo. Tenemos una Cuaresma para entenderlo.
Publicado en El Observador de la Actualidad