El Papa Benedicto XVI dio la semana pasada, la pista para llevar a cabo la tarea más urgente que tenemos usted y yo: «¿Cómo hablar de Dios en nuestro tiempo?» Lo primero que descartó es que lo podamos hacer desde nuestra (miserable) condición. Por más buen «comunicador» que se sea; por más diplomas que uno haya acumulado; libros que haya leído o jerarquía que tenga en el mundo, si no hablamos desde Jesús de Nazaret, balbuceamos.
Jesús se sumergió en el mundo y habló no de «un Dios abstracto, una hipótesis, sino (de) un Dios concreto, un Dios que existe, que ha entrado en la historia y está presente en la historia; el Dios de Jesucristo». Él enseña el verdadero «arte de vivir», al tiempo que representa «la respuesta a la pregunta fundamental de por qué y cómo vivir».
«Por eso -dijo el Papa– hablar de Dios requiere un continuo crecimiento en la fe, una familiaridad con Jesús y su Evangelio, un profundo conocimiento de Dios y una fuerte pasión por su proyecto de salvación, sin ceder a la tentación del éxito (…) sin temor a la humildad de los pequeños pasos y confiando en la levadura que entra en la masa y hace que crezca lentamente».
Comunicar la fe «no significa manifestar el propio yo, sino decir abierta y públicamente lo que ha visto y sentido en el encuentro con Cristo, lo que ha experimentado en su vida ya transformada por ese encuentro». Hablar de Dios es caminar juntos «a través de la Palabra y los Sacramentos» para «renovar toda la ciudad de los hombres para que pueda llegar a ser la Ciudad de Dios».
He aquí el manual y el camino. El resto es, obvio, nuestra responsabilidad. O nuestro silencio.
Publicado en El Observador de la Actualidad