Hace pocos días, Facebook, la más célebre de las redes del universo “social media”, completó su estrategia y obtuvo luz verde por parte del gobierno de Estados Unidos para vender acciones al público. Se calcula que pondrá en el mercado algo así como 75 mil millones de dólares. Pero ese dinero no tiene un soporte material. Es decir, el inventario físico de la compañía es mínimo. ¿Qué respalda a Facebook? Muy sencillo: datos personales. Los de 845 millones de usuarios.
La manera de hacer negocio de Facebook es vendiendo nuestros gustos, nuestras aficiones, nuestros deseos, nuestras necesidades, relaciones, localización, nivel de vida, actividades favoritas, hobbies, preferencias literarias, poéticas, culinarias; nuestras capacidades de viaje, de turismo, de conocimiento; nuestros grados académicos, puestos profesionales y un largo, muy largo etcétera, que estamos compartiéndole alegremente cuando interactuamos con los amigos a través de la red.
En otras palabras: Facebook se ha convertido en un metiche gigante de nuestras vidas. Y con lo que husmea tiene para venderlo a precio de oro a los comerciantes. Desde luego, mucho más barato que si los comerciantes hicieran su propio estudio de marcado. Ya no lo tienen que hacer: nosotros se los estamos regalando. Y Facebook nos usa sin preguntarnos, dejando correr el mito de que se trata de un servicio “gratuito” que conecta a la gente y le da toda la posibilidad de tener relaciones múltiples.
En países europeos, la gente tiene derecho a conocer qué datos personales tienen de ella las compañías comerciales. En Estados Unidos no existe tal, y en México está vigente la Ley Federal de Protección de Datos Personales en Posesión de Particulares y su Reglamento, pero muy pocos poseedores de esos datos nos piden nuestra opinión de si los pueden administrar o no (a mí solamente me lo ha hecho saber el Instituto Mexicano de Doctrina Social Cristiana, imdosoc). De tal suerte que las compañías pueden tenerlo todo de mí sin que jamás hayamos cruzado una palabra o realizado una operación con ellas. Facebook, de hecho, no viola la ley; simplemente traslada lo que nosotros dejamos como huella en la red a quien puede tener interés en nuestros “likes”. Tanto así que 85 por ciento de los ingresos que tuvo el año pasado Facebook fue por ingresos publicitarios: compañías que pagaron 3 mil 200 millones de dólares por tener información nuestra.
Nuestra intimidad está siendo usada para vendernos cosas, sin nuestro permiso, sin nuestro consentimiento y, lo que es peor, creyendo nosotros —ingenuamente— que estamos en “otro nivel de comunicación” con los demás.
Publicado en Revista Siempre!