Contra el ruido

Desde el fraccionamiento más caro hasta el barrio o la vecindad, pasando por los hoteles de lujo o los multifamiliares, todos los mexicanos hemos sido víctimas, cuando no victimarios, del ruido excesivo con que a los vecinos (o a nosotros) les da (nos da) por festejar algún acontecimiento que a nadie más interesa. Por ejemplo, el cumpleaños de la señora, que ganó el América, que se recibió la tía del sobrino de un amigo que no tenía donde agasajarla.

Yo no estoy en contra de los festejos. Cada quien celebre lo que quiera. Pero se tiene tanto derecho de celebrar como los vecinos de descansar. El descanso, y más el del fin de semana, es un regalo del trabajo, y un don que costó muchos años conquistar por parte de los seres humanos. El buen descanso es primordial no sólo para «rendir» en la chamba (no somos máquinas productoras de bienes o servicios), sino para encontrar la justa dimensión del tiempo dedicado a las cosas de Dios y de la familia.

Pero eso no lo entienden los fiesteros. O igual sí lo entienden, pero se les olvida el enfado que pescaron el día que fueron ellos los que tuvieron que soportar los aullidos horrorosos del espontáneo al que le cedieron el karaoke cuando regresó el marido de la vecina del 7, que se había ido al Norte. Como ellos quedaron fumigados al día siguiente, así quedarán los que los están padeciendo esta noche. Y pensar en el otro es el inicio de la civilización cristiana.

No quiero caer en la tontería de decir que esa violación del derecho al descanso de los demás es el principio de la violencia que se vive en México. Pero sí que influye. Y mucho. El ruido es uno de los más grandes contaminantes que existe en los espacios urbanos. Nubla la razón, destempla el alma, hace tiras los nervios. Los carceleros ponen a todo el radio en las celdas de castigo.

Muchos lectores me preguntan y se preguntan qué pueden hacer para cambiar la situación de violencia que vive México. Hay muchas salidas. Pero una de ellas, sin duda, es comenzar a respetar a los vecinos. Y dejarles descansar cuando a nosotros nos dan ganas de echar bala y de gritar «¡Viva México, hijos de Villa…!».