El filósofo Miguel García Baró, profesor de la universidad de Comillas, con algo más de 20 títulos publicados, experto en historia de la filosofía y en fenomenología, habla con El Observador sobre algunas cuestiones de nuestro mundo. En sus escritos se enfrenta a los problemas de nuestro tiempo desde la riqueza de la filosofía.
¿Qué nos diría una fotografía de nuestro tiempo?
Hay una parte importante de la sociedad que cree agotadas las fuentes espirituales de las que hemos vivido durante 2000 años; se buscan otras espiritualidades, a la miseria material se le añade una miseria espiritual. Hay grupos trabajando por espiritualizar que no son escuchados. Lo ideal es que la espiritualidad y el pensamiento volvieran a ser la guía de las sociedades.
¿Por qué su interés en la filosofía judía?
Creo que se deben afrontar de manera directa los problemas que la injusticia ha traído a la historia. Ir a Job y pensar desde ahí una recuperación del mundo. Hemos conocido crueldades que aumentaron el conocimiento de la naturaleza humana. Todos somos hermanos: cuando hay un santo hay una posibilidad nueva para toda la humanidad, pero cuando hay un Hitler también somos eso. Son los sufrientes quienes mejor pueden darnos una idea de la magnitud de los problemas a los que nos enfrentamos. Curar un mundo sufriente es complicado.
¿Cómo se puede entender el pensamiento levinasiano de «humanismo del otro hombre»?
Significa que en la naturaleza humana hay la posibilidad de que lleguemos a pensar que nuestra propia desgracia no es nada en relación con la ajena y, en vez de pensar en nosotros, nos volquemos al otro. Hay muchas ideologías donde el egoísmo está en primer término; en cambio, el humanismo del otro hombre consiste en decir :«He vivido la experiencia de que el otro es más importante que yo» y sobre todo el otro cercano.
Un filósofo decía que dos eran las fuentes del mal: 1. Amar al sobreprójimo, es decir preocuparme por gente que ni conozco y descuidar el otro más cercano; y la segunda, cuando uno se absorbe en el diálogo personal de uno con su dios y olvida la redención del mundo de la que somos partícipes.
Los dictadores siempre promueven ideas geniales…
De ahí el refrán «El camino al infierno está lleno de buenas intenciones» . El Talmud nos recuerda que está bien preocuparse por el mundo, pero pregunta: ¿Cómo tratas a tu mujer? Cristo viene a recordarnos que en cada presente hay un acontecimiento donde se juega todo y en cada presente hay un próximo: ahí es donde se ve el compromiso.
Otra forma de compromiso es ayudar a no desesperar al otro. Desesperar es lo más sencillo si mostramos con nuestra vida que todo es melancolía, que Cristo no ha llegado; si nosotros hemos experimentado el amor de Cristo a través de los otros, entonces ya constatamos que la Eternidad se ha hecho carne en la historia y desde ahí le ofrecemos al prójimo una visión menos sombría, mas esperanzada.
¿Las ideologías le han robado su misterio a la vida?
En las llamadas ciencias humanas hay una forma de tratar al ser humano de forma muy mecánica. Eso va bien cuando se trata de curar un brazo roto, pero no de cuidar al hombre integral. Si no atendemos a que el hombre es misterio sólo lo cuidaremos mecánicamente y le haremos creer que esa es toda su dimensión.
Dolor, muerte y esperanza, ¿están relacionados?
Heidegger dice que cuando uno se da cuenta de la propia muerte pierde sentido la apelación a los demás, nada tiene sentido ni trascendencia. La experiencia del dolor nos enseña lo contrario: el dolor más profundo es el del otro cuando yo soy su causa, ya no lo puedo consolar. La experiencia del dolor nos saca fuera de nosotros y nos lleva al bien del otro.
¿Cuál es la misión del pensamiento cristiano?
Hoy la palabra filosofía está cargada de connotaciones negativas. Pero lo que hacemos es lo que creemos saber. Yo trato a las personas, a las cosas y a mí mismo según las verdades que creo tener, pero generalmente no se analiza cuáles son las raíces de esas verdades, no hay esa búsqueda y la filosofía sirve para eso. Aristóteles, san Pablo, san Agustín y santo Tomás coinciden en esto. Cuando la filosofía ya no sirve al cambio de la sociedad, sirve a la vida espiritual. Y quien puede encauzar esto son las Iglesias, en concreto la católica.
¿Qué papel tiene la intelectualidad cristiana?
La vida intelectual es despertar el sentido del mundo, el gusto por la libertad. Esto debe experimentarlo cada uno individualmente. Nosotros tenemos que propagar que cada hombre es un misterio, es un foco de libertad, un acceso único a Dios y que de esa manera vive una vida espiritual intensa. El Papa, al final del congreso «Ensanchar la razón», nos dijo: «concéntrense en la investigación». Los intelectuales debemos fomentar la vida espiritual que ya Dios da a todo ser humano. De no propagar esto, la cultura se nos habrá vuelto una flor en la solapa.
Transcripción: Omar Árcega