Sin saber sumar

«Los resultados de la segunda edición del Examen Nacional del Logro Académico en Centros Escolares de Bachillerato indican que poco menos de la mitad de estudiantes puede sumar y restar, y otro 35 por ciento realiza multiplicaciones y divisiones, pero no aplica conceptos avanzados para la solución de problemas más complejos».

Así comienza una nota en el periódico Milenio del martes pasado.  El secretario de Educación, Alonso Lujambio, reconoció: «estamos mal en matemáticas». Lo malo es que no sólo en matemáticas; también en español, en civismo, en ciencias, en deportes, en arte, en ortografía, en historia… y en ganas de enseñar y de aprender, que son los cimientos de un proceso que no se acaba cuando dicen que se acaba (cuando se obtiene un título, se llega al final del ciclo de educación básica, intermedia o superior), sino que dura —o debería durar— toda la vida.

Seguramente usted, amable lector, estará de acuerdo conmigo en aceptar que la educación es la palanca del cambio que necesita con urgencia México. Pero no cualquier educación. A este sector se transfiere —generalmente— la mayor cantidad de recursos del presupuesto público de los estados y de la Federación.  Pero la mayor parte de ellos se pierde en la maraña burocrática, sindical o en el gasto corriente. No llegan a donde tienen que llegar porque apenas si existen en México el hambre por aprender y la pasión por enseñar o transmitir un sistema de valores basado en la universal condición de dignidad que compartimos, por igual, todos los hombres y todas las mujeres.

Winston Churchill, el premier británico que lideró a su país en las horas lúgubres de la Segunda Guerra Mundial, dijo que lo más importante no eran las aptitudes cuanto las actitudes. Aprender y enseñar ponen en juego al ser humano completo, al que enseña y al que aprende. Tener aptitud puede ser tener buena memoria. Pero tener actitud quiere decir que frente a la dificultad de una materia, hay más en mi tenacidad que en el obstáculo. La teología del aprender (y del enseñar), proviene de aquel llamado / exigencia de Jesús: «sean perfectos como mi Padre es perfecto…». Saber sumar bien es sumar a Dios en el trabajo cotidiano, en el aula y en la vida.