Qué difícil es hablar de la Verdad en este tiempo nuestro, hecho de verdades a medias y de mentiras completas. Qué mal preparados estamos para hacer que la Verdad fluya a través de nosotros, se refleje en nuestros actos, sea creíble, sobre todo para quienes la Verdad o es imposición o es una cosa antigua.
Hace una semana recibí el correo electrónico de un lector que me ha parecido una bellísima imagen de lo que Dios Nuestro Señor ha estado haciendo los últimos 15 años y medio en El Observador. No por nuestros méritos —por el mío menos que el de ninguno otro—, sino porque ha tenido a bien hacer de El Observador un heraldo de la Buena Nueva, del Evangelio. He aquí la parte medular del texto:
Curiosa información: Te reitero mi felicitación por los últimos números del periódico semanal. Temas importantes, algunos muy polémicos, ricos en argumentaciones para convencer y fortalecer a personas de buena voluntad. También por la magnífica impresión del número correspondiente al 7 de noviembre (Pórtico: “Cautivos”). Accidentalmente derramé un frasco con thinner que cayó sobre él y una caja de kleenex. Resultado: ésta se despintó de inmediato, aquél sólo se empapó. Al ponerlo a secar quedó intacto, sin ninguna alteración, como si no le hubiera pasado nada. Pienso que es un símbolo interesante de lo invulnerable de la Verdad y de los medios como EL OBSERVADOR que la difunden.
No revelaré el nombre de quien esto me escribió, pero puedo decir que se trata de una persona que ha ocupado uno de los más altos cargos de responsabilidad en este país. La metáfora es —por lo menos para quien esto escribe— sobrecogedora. Y me conecta con la esencia de mi profesión —el periodismo— y con la raíz de mi fe —el catolicismo. Es el puente de la Verdad. Cuando el periodismo católico no está comprometido al cien por ciento con la Verdad (que es Cristo), no sirve para nada. Soy un siervo inútil. Si el Espíritu Santo —que sopla donde quiere— ha soplado sobre mí y sobre todos los que trabajamos en El Observador, bendito sea su soplo. Eso me compromete a ser cada día más cercano a la oración y más católico. También, mejor periodista. Porque, como dice la carta que recibí: la Verdad es invulnerable, cáigale lo que le caiga encima. Hasta yo mismo.