Vestidos

¿Será un tema a tratar éste de la vestimenta en la Iglesia?  A nosotros nos pareció que sí.  Porque, últimamente, pareciera que en la liturgia y en la vida cristiana, da lo mismo andar como se anda para ir al cine o para pasar el rato con los amigos.

Hay mil anécdotas literarias de la gente del campo que guardaba sus mejores ropas para asistir a la misa dominical.  Nuestros abuelos e, incluso, nuestros padres iban mejor vestidos que nosotros a la celebración eucarística.  Hoy nos preocupa un pepino si vamos con bermudas, en tirantes, escotadas las mujeres, en camiseta de fútbol los hombres.  Es cierto: mejor que vayan así a que no vayan.  Pero, ¿qué mensaje estamos dando?

Al clausurar, el pasado lunes, la Asamblea Plenaria Anual del Pontificio Consejo de la Cultura, el Santo Padre Benedicto XVI dijo unas palabras que se pueden aplicar, perfectamente, al tema que hoy nos ocupa.  Refiriéndose al mensaje cristiano, el Papa señaló:

Con todo, más incisiva aún que el arte y que la imagen en la comunicación del mensaje evangélico es la belleza de la vida cristiana. Al final, sólo el amor es digno de fe y resulta creíble. La vida de los santos, de los mártires, muestra una singular belleza que fascina y atrae, porque una vida cristiana vivida en plenitud haba sin palabras. Necesitamos hombres y mujeres que hablen con su vida, que sepan comunicar el Evangelio, con claridad y valor, con la transparencia de las acciones, con la pasión gloriosa de la caridad.

¿Se puede hacer creíble la belleza de la liturgia –que lo es y en grado mayúsculo– si nos encuentra participando en ella en bermudas?  ¿Podemos atraer a alguien a la vida de la Iglesia si dentro de ella vamos vestidos como si fuéramos a un espectáculo de lucha libre?  La vida cristiana “vivida en plenitud”, dice el Papa, “habla sin palabras”.  Todos sabemos que si somos invitados a un banquete, nos debemos poner nuestras mejores “garras”.  ¿Por qué no funciona el mismo ideario para asistir al banquete de la Eucaristía; a la Casa de Dios?  Salvo en casos de pobreza extrema, todos podríamos ir, como decían las abuelitas, un poco más “decentes” a Misa.