A don Mario de Gasperín, obispo de Querétaro, por su 75 aniversario.
El Papa Benedicto XVI no se anda por las ramas: las virtudes de su predecesor Pío XII deben ser consideradas virtudes heroicas y su papel al frente de la Iglesia, en tiempos de la Segunda Guerra Mundial y hasta fines de la década de los cincuenta del siglo pasado, le ganó un camino a los altares. Las críticas han llovido —qué raro— sobre el Santo Padre, sobre todo de aquellos que consideran, erróneamente, que Pío XII no ayudó «como debía» a los judíos perseguidos por Hitler y sus secuaces. En fin, es una discusión histórica inacabable. La verdad está de parte de la Iglesia, desde luego.
Y esa verdad resalta cuando uno ve la espiritualidad de Pío XII con respecto a lo que es el pulmón, la savia que corre por la sangre de la Iglesia, es decir, los sacerdotes. Una oración de su autoría así lo resalta:
«Oh Jesús, Pontífice Eterno, Buen Pastor, fuente de vida que por singular generosidad de tu dulcísimo Corazón nos has dado a nuestros sacerdotes para que podamos cumplir plenamente los designios de santificación que tu gracia inspira en nuestras almas, te suplicamos: ven y ayúdalos con tu asistencia misericordiosa. Sé en ellos, oh Jesús, fe viva en sus obras, esperanza inquebrantable en las pruebas, caridad ardiente en sus propósitos. Que tu palabra, rayo de la eterna Sabiduría, sea, por la constante meditación, el alimento diario de su vida interior. Que el ejemplo de tu vida y Pasión se renueve en su conducta y en sus sufrimientos para enseñanza nuestra, y alivio y sostén en nuestras penas. Concédeles, oh Señor, desprendimiento de todo interés terreno y que solo busquen tu mayor gloria. Concédeles ser fieles a sus obligaciones con pura conciencia hasta el postrer aliento. Y cuando con la muerte del cuerpo entreguen en tus manos la tarea bien cumplida, dales, Jesús, tú que fuiste su maestro en la tierra, la recompensa eterna: la corona de justicia en el esplendor de los santos. Amén.
Iniciamos la parte «fuerte» del año sacerdotal. Bien haríamos, siguiendo a Pío XII, en rezar esta oración por nuestros sacerdotes, sello de Cristo en el mundo.