El sistema informativo basado en el espectáculo, fue duramente timado hace un par de semanas muy cerca de Denver, en el Estado de Colorado, cuando un padre bastante enloquecido y raro, hizo correr la especie que su hijo de 6 años estaba en un globo aerostático a la deriva.
Todas las cadenas televisivas suspendieron su programación y conectaron con un canal local de Denver, para traer en vivo y en directo los avatares del vuelo del globo. Hubo reuniones a gran escala, consultas a comités de científicos, gente que se unió en oración por la suerte del pequeño Falcon Heene, cuyo nombre saltó del más puro anonimato al corazón de América en cuestión de minutos.
Lo que se anunció como jugosa historia —algunos productores de Hollywood ya se hacían millonarios explotando los derechos de la película— terminó siendo una monumental tomadura de pelo. El padre del menor, Michael Heene, lo ideó todo para salir en la televisión, tal y como lo descubrió su hijo Falcon en una entrevista con —justamente— la tele. Por cierto, Falcon jamás voló en el globo: estuvo todo el tiempo escondido en una caja de cartón en el desván del garaje de la casa de los Heene en el Condado de Larimer.
Las autoridades del aeropuerto internacional de Denver retrasaron los vuelos. Las cadenas televisivas cancelaron compromisos con anunciantes para pasar las imágenes de la persecución del globo. Muchos dijeron que era imposible que Falcon hubiese sobrevivido a las temperaturas y a la presión de los 8 mil pies de altura. Hubo mil conjeturas en todo Estados Unidos y en México. Todo el sistema se movilizó tras el espectáculo noticioso. Pero, al final, quedó desnudo. Mostró (el sistema) de qué está hecho: de nada que tenga que ver con información. ¿Cuántas otras veces no habrá ocurrido lo mismo y, sin embargo, nadie del público tiene la certeza de que se trató de un montaje para ganar audiencia y vender más publicidad?
Lo que no le perdonarán jamás al tal Michael Heene no es que haya enviado al cielo un globo con la promesa de que iba su hijo adentro y, finalmente, lo haya enviado sin él; sino que no les avisara a las propias televisoras para dar a conocer la aventura y el final feliz (en el que el niño desciende, sano y salvo, por la intervención del presidente Obama que le habló a su teléfono celular y lo guió para que se posara en tierra y lo acompañara a recoger el Premio Nobel de la Paz, etcétera).
El enojo ha sido mayúsculo. Michael Heene podrá pasar tres años en la cárcel y pagar una multa de medio millón de dólares. Para que aprenda que contra la tele no se juega.
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