El regreso de Florentino Pérez a la presidencia del club español de futbol Real Madrid, ha traído consigo una serie de fichajes que han reventado ya los más atrevidos pronósticos de la gente que maneja los negocios globales. En especial el del jugador portugués Cristiano Ronaldo, lo mismo que el del brasileño Kaká. Entre ambos casi llegan a los 200 millones de euros. Se dice pronto, pero en tiempo de crisis como los que vivimos, son como dos bengalas lanzadas en el cielo oscuro de las finanzas mundiales.
Antes, Florentino Pérez se había hecho famoso con la contratación de Luis Figo y después, con la formación del Madrid de “los galácticos”, con Zidane a la cabeza. Desde luego, la cantera del Real Madrid ha sufrido y seguirá sufriendo con este personaje al frente de sus destinos. Si mucho lo apuran, la próxima temporada el único jugador surgido de fuerzas básicas será el estupendo portero Iker Casillas. Los demás puestos estarán ocupados por grandes jugadores comunitarios y extra comunitarios, comprados todos a golpe de chequera, ninguno hecho en la propia institución.
¿Por qué se siguen llamando clubes los equipos de futbol que, cuando menos en Europa, son auténticas empresas que especulan con el valor dinero? Que el Madrid haya comprado a Cristiano Ronaldo en noventa y tantos millones de euros significa dos cosas: a) que tiene el dinero para “comprar” títulos y b) que recibe ganancias millonarias por efecto de la explotación de la imagen de un jugador que no le tiene ningún amor a la camiseta blanca y que antes jugaba en Inglaterra hasta que los españoles le dieron más dinero. Toda la esencia del juego se ha echado al cubo de la basura. Ahora lo que vende es el título. Y la televisión —verdadera autora de este despropósito— va a mandar señal a todo el mundo cada vez que Cristiano Ronaldo toque la pelota.
Es difícil concebir un desapego más grande a una causa que lo que está sucediendo en el balompié de élite mundial. Como señal de lo que pasa en otros ámbitos de la sociedad global, importa el resultado, no el procedimiento ni la comunidad, ni el interés de la mayoría. Evidentemente, todo aficionado desea que su equipo obtenga el triunfo. Pero al quitarle, por ejemplo, la capacidad de jugar a futbolistas de la tierra propia, del lugar donde radica el equipo, al hacerlo todo con dinero, la capacidad de apego de la gente —más si se trata de socios, que eso es la esencia de un club— se pierde. Queda la empresa. Y la empresa es —como todo el mundo lo sabe— una entidad comprometida con sus utilidades.
No sé si el futbol prefigura lo que estará sucediendo en la política dentro de poco. Me parece que sí.
Publicado en la revista Siempre! (21 de junio de 2009 Núm.2923)