«Una de las muchas paradojas de ser Papa en el mundo moderno es que hay que hablar a través de un megáfono controlado por los enemigos», escribió hace poco el periodista irlandés John Waters en el Irish Times.
La sentencia merece ser analizada. En efecto, el Papa habla al mundo a través de los medios de comunicación de masas, generalmente operados o poseídos por gente que no quiere ni oír hablar de la Iglesia católica o, que si acaso son católicos, mucho les molesta el Magisterio del sucesor de Pedro, sobre todo en materia de sexualidad.
El Papa Benedicto XVI, dijo Waters en su artículo, «ha sometido a examen la cultura de la época y con sus dos primeras encíclicas ha afrontado los dos problemas más acuciantes de nuestro tiempo: la desaparición del lenguaje público del amor y la esperanza». El periodista —a juicio mío— da en el clavo.
Hablar, hoy, de amor y de esperanza en un mundo tan violento y tan desesperanzado es minar los objetivos que persigue la industria publicitaria a través de los medios de comunicación. Mientras el Santo Padre habla de fidelidad, los medios hablan de «liberar las pasiones» y de «hacer lo que te venga en gana siempre y cuando te dé placer». Mientras la Iglesia mira hacia la vida eterna, en las imágenes cotidianas se nos machaca que el único universo posible de vida es el ahora y que hay que exprimirlo, comprando lo que no necesitaremos con el dinero que nunca tendremos.
Al Papa los medios lo sabotean y cuando no, distraen nuestra atención haciéndonos mirar hacia otro lado. Pero su sutileza y brillantez es muchísimo mayor que la de toda la pléyade de detractores que enfrenta. Los hace callar con autoridad y misericordia, como antaño lo hizo Juan Pablo II, otro Pontífice que tuvo que lidiar con la paradoja del megáfono y que terminó haciendo que el megáfono (los medios) se rindieran ante el esplendor de la verdad.
Y la verdad revelada no es otra que el anuncio —dijo Benedicto XVI en Deus Caritas Est— «del amor que nos tiene Dios y que a nuestra vez debemos compartir con los demás».
Muy estimado Jaime:
Mientras mayor sea la presencia de los católicos en los medios de comunicación, mayor será la seguridad de que el mensaje del Santo Padre sea respetado y difundido en toda su amplitud.
Creo que es responsabilidad de los comunicadores católicos no permitir que el enemigo controle totalmente el megáfono, sino lograr que la voz católica sea también escuchada. Esto es algo en lo que El Observador ha sido punto de lanza durante los últimos tres lustros, pero que debe ser reproducido a todos los niveles.
Felicidades por esta mesa de trabajo.