Al visitar el monasterio de las Oblatas de Santa Francisca Romana en Tor de’ Specchi, durante su visita a la ciudad de Roma, Benedicto XVI afirmó que la vida contemplativa está llamada a ser «una especie de pulmón espiritual de la sociedad». Es una expresión muy del Santo Padre: rotunda, definitiva, poética y, al mismo tiempo, abierta al significado. Si los monasterios de vida contemplativa respiran para que la sociedad tenga vida, los seminarios son, por así decirlo, los músculos de Dios para que esa vida sea abundante.
La idea adelantada por el Papa es muy hermosa: la vida de oración y recogimiento de los monasterios y de los seminarios es un bien público; es algo así como una inyección de bondad en el cuerpo exhausto del hombre de hoy, larvado por la duda, por el desánimo, por el virus de la violencia y por las bacterias atroces de la desesperación.
Siguiendo el hilo del pensamiento del Santo Padre, el silencio y la oración, la dedicación total a Dios es un trabajo de dedicación total al prójimo. «Contemplación y acción, oración y servicio de caridad, ideal monástico y compromiso social: todo esto ha encontrado un ‘laboratorio’ rico en frutos», comentó, reconociendo que «el verdadero motor» de cuanto se ha realizado en el transcurso del tiempo ha sido «el corazón de Francisca, en el que el Espíritu Santo derramó sus dones espirituales, y al mismo tiempo suscitó tantas iniciativas de bien».
El monasterio está en el corazón de Roma, a los pies del Campidoglio (donde se encuentra la sede del gobierno romano), entre la basílica de Santa María en Araceli y las ruinas del Teatro Marcelo. «¿Cómo no ver en ello el símbolo de la necesidad de devolver la dimensión espiritual en el centro de la convivencia civil, para dar pleno sentido a la múltiple actividad del ser humano?», se preguntó el Papa. ¿Cómo no ver en los monasterios, en los seminarios —nos preguntamos nosotros—, los pulmones y los músculos que necesita el mundo (y el poder civil) para forjar una vida buena?