Hambre, África, nosotros

En pleno siglo de la información global, es difícil, casi imposible, que no sepamos lo que pasa en África.  Sin embargo, casi siempre nos encogemos de hombros: “África está muy lejos”.  Luego, procuremos consolarnos con este razonamiento: “Mejor ayudo aquí”.  Finalmente, ni allá ni aquí.

Es el Domingo de la Misericordia, instituido por San Juan Pablo II para recordarnos que Cristo sigue sufriendo persecución, exilio, hambre y sed. La Misericordia del Padre –esa que nos fue regalada y que nos hace tener esperanza—pide, exige convertirse en obras concretas.  El Observador posibilita hoy un par de misiones para aliviar la emergencia material y espiritual de un continente que grita ¡ayuda! en diversas lenguas.  De un continente, África, que se desangra y muere temblando de abandono.

¿Por qué en África y no en mi ciudad?  Porque esa pobreza brutal, ese desierto del amor –que nos narran en este ejemplar de El Observador tanto Dominque Kustra, de Ayuda a la Iglesia Necesitada como el misionero de la Caridad, Christopher Hartley—además que no puede esperar, es la vía  para hacer creíble nuestra fe en aquellos que ni nos conocen ni hablan nuestra lengua, ni saben dónde o cómo vivimos, ni nos podrían conocer jamás.

Hay dos maneras –solo dos– para demostrar cuánto nos importa una causa: la ayuda espiritual y la ayuda material.  Oración y donativos.  Lo demás, son pretextos.  Y lo que es peor: es “romantizar” la pobreza y soslayar el sufrimiento.  Hay pocas cosas que enfurecen a Jesús (y al Papa Francisco): una de ellas es la tibieza frente al descartado.  O se es o no se es su hermano.  O se da la mano al otro o no se da la mano.  Cada quien elije.

Proponemos, pues, dos causas para África: una institucional, la de Ayuda a la Iglesia que Sufre (por ejemplo en estipendios para Misas en Nigeria, frente a las balas de Boko-Haram) y la otra muy dirigida, muy particular: la del padre Christopher Hartley en la Misión de Gode (Etiopía).  Son propuestas de misericordia efectiva; oportunidades de responder, así sea una gota en el mar, a la Misericordia que Dios ha tenido y tiene con nosotros.

Una palabra más.  No hay donativo pequeño.  Como tampoco hay oración que no valga, si es dicha desde lo hondo del alma.  ¿Podemos los lectores y El Observador ser signos de la Misericordia divina con nuestra oración y ayuda para estas dos causas?  ¡Claro que podemos!  Porque si este ejemplar fue escrito y llegó a sus manos, es Cristo quien nos lo hizo escribir, quien lo llevó a su casa, a su parroquia.  Ya estará en nuestra conciencia decirle socarronamente: vuelve mañana… o dar un “sí” al más puro estilo de María.

Para ayudar a través de AIS: acn-mexico.org

Para ayudar a la misión del Padre Hartley: missionmercy.org

 

Publicado en El Observador de la actualidad No. 1137